viernes, 19 de agosto de 2011
CIA, de Afganistán a México
¿Quién conoce los acuerdos con Estados Unidos? ¿A qué nos obligan? ¿A qué obligan al próximo presidente? Seguro que fueron preparados por hábiles abogados del Departamento de Estado, que después los presentaron para firma de Patricia Espinosa, una politóloga obsecuente, con ínfulas de abogada internacional, que cada día se acerca más al juicio político. No se sorprenda: así negociaron Jaime Serra y Carlos Salinas el Tratado de Libre Comercio (TLC). Entonces la prioridad era la aprobación del TLC antes del cambio de gobierno. Y aunque hoy lo que está en juego es la soberanía, la urgencia son las elecciones de 2012. ¡Cuidado con las letters of understanding (cartas de entendimiento) a las que los gringos son tan afectos! Tienen más agujeros que un queso gruyere.
¿Los presidentes suscribieron los acuerdos? ¿Quién en el círculo de Calderón conoce el derecho anglosajón? ¿Quién desentrañó el inglés esotérico, y el lenguaje tramposo y artificioso que utilizan los abogados estadunidenses? Como además son acuerdos que comprometen la soberanía nacional, es imperativo saber si fueron sometidos al Senado. No cabe duda que Calderón ha resultado fiel discípulo de la escuela presidencial salinista: el fin justifica los medios. Al final del día, ¿qué instancia de nuestro gobierno pondrá fin a la entrega a pedazos de nuestro territorio y nuestra soberanía? ¡Ya basta!
Hoy, ¡el colmo! Merced a The New York Times sabemos que hay bases militares mexicanas que albergan agentes de la CIA y militares retirados del Pentágono (http://nyti.ms/qYiLDm). Y que se contempla la presencia de operadores jubilados de la CIA como contratistas independientes, como en Irak y Afganistán, cuya misión sería infiltrar nuestros cuerpos policiacos. Nos hemos convertido en un país bananero, como aquellos que gobernaba la United Fruit Company en el siglo pasado. Vuelvo a preguntar: ¿dónde está el Senado mexicano? ¿Han incurrido en violaciones los secretarios de Defensa Nacional y Marina? Quizá por eso insisten en la Ley de Seguridad Nacional y critican el trabajo de las organizaciones de derechos humanos. Ellos conocen mejor que nadie la creciente intervención militar en asuntos de gobierno.
Desde marzo pasado he publicado en La Jornada varios artículos sobre la preocupante intervención estadunidense en territorio nacional. Con excusa de ayudarnos a controlar el flagelo internacional de las organizaciones criminales trasnacionales (TCO, por sus siglas en inglés), los estadunidenses han convertido a México en el centro de la lucha contra las TCO en Centroamérica (zona cero, nos llaman). A quienes les interese el tema los invito a leer esas colaboraciones, cuyos títulos y contenidos anunciaron algunos de los hechos hoy comprobados por las recientes revelaciones: Senado, ni rápido ni furioso: ¡ciego! (http://bit.ly/n17pkA); Los drones de Patricia Espinosa (http://bit.ly/qbRRK8); Senadores: ¿qué más les ocultan? (http://bit.ly/oyN2dw?), y República bananera (http://bit.ly/nBixIi).
El embajador Sarukhán, cada día más americanizado, declaró orgulloso que un mar de cambio ha ocurrido en los últimos años en los intercambios de inteligencia entre los dos países (claro, un mar de cambio en el que naufragó nuestra Constitución). Después, extendiendo la frontera de Estados Unidos hasta Guatemala, su excelencia reconoció que sólo juntos podremos derrotar a las TCO. Unió nuestro destino al del vecino país: juntos triunfaremos o fracasaremos.
Ginger Thompson, del Times, la especialista en asuntos mexicanos que reveló los sobrevuelos del Pentágono, puso el dedo en la llaga: la urgencia, en ambos países, son las elecciones de 2012. Obama no quiere en su campaña preguntas sobre una violencia que rebasa la frontera, y Calderón no desea que su partido afronte el fracaso de una guerra que ha dejado 45 mil muertos. Yo le contestaría a Ms. Thompson: “sorry, too late”. Demasiado tarde para ambos presidentes. Hablando de relección, a Obama, el discursero, debería preocuparle más la humillante degradación de la deuda por su pleito con los republicanos, y a Calderón el poco impacto de una flaca caballada panista que él mismo fomentó, al llenar su gabinete de incondicionales (una aclaración, Ms. Thompson: los muertos son más de 50 mil, y algunos expertos estiman que pudiesen rebasar los 70 mil en 2012).
Algunos en la CIA nos comparan con Afganistán, un aliado necesario, pero en el que no confían. Por eso los centros de fusión de inteligencia de México operan como en Afganistán, el Estado fallido tutelado por la CIA (¿entendemos por qué el nuevo embajador viene de Kabul?).
En el colmo del servilismo, funcionarios mexicanos llevaron personalmente a Washington los cartuchos percutidos tras el asesinato del agente Zapata, y permitieron que forenses de Estados Unidos realizaran su autopsia aquí.
Por si lo anterior fuese poco, los estadunidenses reconocen que los acuerdos fueron diseñados para darle la vuelta a las leyes mexicanas, que prohíben la operación de agentes y militares extranjeros en México. ¡Vaya cinismo de ambos gobiernos!
Jorge Camil
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