En pocos días más, Argentina asistirá a la previa de la votación del acuerdo con el FMI en el Congreso, cuando Alberto Fernández inaugure el año legislativo. Los medios de comunicación enfocarán las cámaras en el rostro de los diputados y senadores presentes, y en los aplausos escasos al exponente. Para neutralizar la algarabía escasa de la platea, el aparato oficial deberá esmerarse en poblar con tropa propia las galerías. Cubiertas con alcohol en gel, las manos delicadas de JxC permanecerán en continuo reposo, alteradas por momentos por alguna provocación del Presidente. Lo mismo hará el bloque del FIT-U y un ensamble no cuantificado de Patria Grande y la Cámpora. Los ‘mercados’ registrarán su opinión al día siguiente, el miércoles de cenizas, después del martes 1° de carnaval. El pseudo acuerdo con el Fondo habrá consumado una fragmentación política al interior de ambos lados de la llamada ‘grieta’. El “ajuste” incoherente pactado con el FMI será acompañado por una creciente disgregación política. Sobre este punto decisivo, la menguante capacidad de gobierno del régimen político, los bloques que estarán presentes en la Asamblea Legislativa, no tienen opinión formada.
El corresponsal en Buenos Aires del Financial Times recogió el testimonio de este desbande, tanto en el oficialismo como en la oposición. Señala, por de pronto, que no está asegurada la obtención de una mayoría en el Congreso para votar el acuerdo. Fernández deberá clarificar el punto en su discurso, el 1° de Marzo. Si no tiene los votos en ambas cámaras, deberá formalizar el acuerdo por medio de un decreto ejecutivo. “Un asesor cercano del Presidente” le dijo al FT que “Alberto Fernández está tratando de mantener unidas las piezas del rompecabezas de la coalición oficial, pero que una parte de esas piezas no quieren formar parte del rompecabezas y están rompiendo”. Gerardo Martínez, el flamante jefe del bloque de FdT en Diputados, le confesó que no tiene claro si hay votos suficientes para la aprobación. En cuanto a JxC, señala que “los legisladores más moderados de la oposición han dicho públicamente que votarán en contra o se abstendrán”. Si este panorama no cambia en una semana, AF debería renunciar, en la Asamblea Legislativa, al propósito de obtener el respaldo del Congreso al acuerdo con el FMI. Es, sin embargo, lo que probablemente no ocurra. Un boicot al acuerdo, que incluye hasta a los que lo apoyan, como es el caso de la mayoría de JxC, sería como la corrida cambiaria que temió Alberto Fernández, pero en el plano político. Como la ‘grieta’ une tanto como separa, no se descarta una negociación para que los ‘contreras’ de ambos bloques voten el acuerdo con el Fondo, con la condición de que también lo haga el otro. Aunque esto salvaría la formalidad legislativa y serviría para salir el compromiso de un apoyo legislativo, quedaría de manifiesto que el FMI unifica políticamente a ambos bloques y los haría corresponsables de la crisis fantástica, tanto financiera como social, que traerá aparejado el viejo-nuevo plan fondomonetarista.
El nuevo acuerdo es un refrito, o sea un calco recalentado, del que firmó Macri en 2018. Dos gotas de agua con una dosis agregada de cianuro. Argentina se reendeuda con el FMI por 44 mil millones de dólares, para poder pagar los 44 mil millones de dólares que Macri dejó como deuda con el mismo Fondo. Se prolonga la deuda otros tres años y la sobrecarga de intereses también. La declaración de default, de parte de Argentina, se traslada de diciembre de 2021 a diciembre de 2023. Entretanto, sin embargo, hay que comenzar a pagar la deuda con los acreedores privados – unos 8 mil millones de dólares en 2022 y 2023, que se convierten en 22 mil millones en los años inmediato siguientes. Este panorama oscuro es claro: Argentina continúa en concurso de acreedores, o sea en default, con la peculiaridad de que el acreedor privilegiado, el FMI, es el juez de la quiebra. A este escenario, los corifeos oficiales lo llaman una salida al default, sin percibir que es lo contrario: que han elegido el default como salida.
¿O la quiebra no es un negocio? La insistencia del FMI en aumentar la tasa de interés por encima de la inflación (y muy por encima de la mini-devaluación), tiene una relación secundaria o marginal con la inflación. El propósito es recrear un circuito financiero, tanto en dólares como en pesos, para promover un mayor endeudamiento público, y destinar el dinero resultante al pago de la deuda que va venciendo y a la compra de deuda que ha perdido valor, debido al default. El pulpo IRSA, que domina el escenario inmobiliario en Argentina, en especial en CABA, y tiene bancos y financieras, acaba de anunciar el lanzamiento de inversiones en pesos, porque considera que la moneda argentina está a precio de saldo u ocasión. Es lo que ha venido haciendo Guzmán, como lo prueba el crecimiento de la deuda en pesos del Tesoro por más de 30 mil millones de dólares. Se trata, además, de una deuda indexada, inmune por lo tanto a la desvalorización. En la jerga financiera, este procedimiento de endeudarse a tasas elevadas para pagar deudas impagables, se llama esquema Ponzi. Quienes lo han practicado hasta ahora, en el mundo, han terminado presos. En resumen, el acuerdo con el FMI es aumentar la deuda y los intereses de la deuda para pagar una deuda impagable. El default no ha sido superado, sólo ha sido llevado a niveles más explosivos aún. Es la historia misma de toda la deuda de Argentina hasta ahora – surcada por defaults a repetición.
El plan del FMI encierra contradicciones violentas, como es el intento de contrarrestar la inflación y al mismo tiempo reducir el déficit fiscal, a sabiendas que la inflación ha sido el principal recurso para bajar el déficit. Está proponiendo por lo tanto una reducción nominal del gasto fiscal, esencialmente el corte de gastos sociales en un cuadro gigantesco de pobreza, mientras sube la hipoteca del Tesoro por el pago de intereses de la deuda pública indexada.
El escenario Ponzi es explosivo a dos años vista, cuando deba ser renegociado, coincidentemente con las elecciones de 2023, intercalado de explosiones sucesivas de plazos más cortos. Es natural que ‘asuste’ al equipo de gobierno, que descuenta que perderá las elecciones de 2023 y enfrenta juicios por corrupción en un ambiente judicial y popular desfavorable. También es natural que una asociación política con el oficialismo, en el caso del FMI, asuste a JxC, sin importar que se trata de una repetición de lo que hicieron en 2016, primero, para pagar a los fondos buitres, y en 2018, después, para financiar la fuga de capitales. O lo que hicieron todos, macristas, radicales, peronistas y kirchneristas, con Menem-Cavallo y De la Rúa-Cavallo. Corren el riesgo de ser decapitados como alternativa política. Esto mismo ha dividido al FMI, como quedó expuesto en las reuniones de su directorio ampliado. Agrava la tendencia explosiva del acuerdo el hecho de que los bancos centrales internacionales hayan decidido acelerar la suba de la tasa de interés, en vista del crecimiento de la inflación internacional. También aquí la inflación es usada como pretexto para ocultar la causa fundamental: un endeudamiento fuera de control, un esquema Ponzi a nivel mundial de características impresionantes. Es que la deuda pública y privada internacional ha alcanzado una altura incompatible con la tasa de beneficio que obtienen las empresas endeudadas; cortejan con la quiebra. La suba de precios es una tentativa de corregir la tasa menguante de ganancia media de la economía. Con la suba de tasas se busca atraer dinero para refinanciar las deudas que se han convertido en impagables.
El FMI, a instancias de EEUU, ha revertido la tentativa de un arreglo a largo plazo (“facilidades extendidas”) en favor de una operación de emergencia, porque se convenció de que no están reunidas las condiciones políticas para una reestructuración de mayor alcance. Esto significa que el acuerdo con el FMI está asociado a un cambio de gobierno. Es aquí donde importan las reuniones del embajador norteamericano, con Manzur, de un lado, Larreta, del otro, y Bullrich finalmente. El gobierno norteamericano se plantea romper el ‘rompecabezas’ de la coalición oficial, y forzar al gobierno a un cambio de frente político. También es necesario destacar el protagonismo de la AmChan, la cámara de comercio norteamericana, una potente red internacional de los mayores pulpos del mundo. La AmChan ha jugado un rol decisivo en el golpe de estado que derribó al gobierno pro-ruso de Ucrania en marzo de 2014. El intento del oficialismo de neutralizar esta presión, recurriendo a China y a Rusia, ha fracasado, por la sencilla razón de que ninguna de las dos ha alcanzado el status de sostén financiero de última instancia, como lo son EEUU, la UE, el FMI y los organismos internacionales. La directora del FMI se mofó de estas tentativas cuando saludó a los Fernández por pedir ayuda financiera más allá del Fondo – un dinero que sería destinado a pagar la deuda pública de Argentina con los acreedores privados y el FMI.
Un acuerdo de circunstancias en el Congreso, para sacar adelante el pseudo acuerdo Ponzi con el Fondo, como el recurso a avalarlo por medio de un decreto ejecutivo, no serían más que dos formas accidentales diferentes de un mismo impasse político enorme. El rechazo al acuerdo con el FMI y el no pago de la deuda, deben ir acompañados con un planteo político. De lo contrario, es una obligación decirlo, es cháchara electorera, encima de un drama social. De las fuerzas en presencia, es necesario clarificar dos cuestiones fundamentales. Una, es el carácter contrarrevolucionario de la burocracia de los sindicatos. El otro es la naturaleza fundamentalmente conservadora del cristinismo. El cristinismo se jacta de una preocupación social que no tiene y de una gran hostilidad a la movilización contra el poder a la que ha sido fiel desde siempre. Se trata de una pequeña burguesía arribista, aferrada a la porción del estado que le ha tocado en un disputado reparto. La agitación socialista debe estar determinada por la tendencia a la rebelión popular que la crisis despierta o genera en las masas; no a las veleidades de una pequeña burguesía arrinconada por el derrumbe del entorno capitalista.
Con independencia de las diferentes formas que tomará la crisis política, es necesario desarrollar la autonomía política de la clase obrera, por medio de la propaganda, la agitación y la organización. Para ello es necesaria una campaña de pronunciamientos, plenarios, asambleas, congresos de luchadores y delegados – en la perspectiva de un Congreso de la clase obrera. Es necesaria una campaña acerca de los métodos de lucha, donde la tribuna electoral esté al servicio de la acción directa y no que la primera subordine a la segunda. El impasse final entre el movimiento piquetero y el gobierno es una oportunidad fundamental para elevar el carácter de su lucha y unificar fuerzas con el conjunto de la clase obrera.
Jorge Altamira
18/02/2022
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