No es necesario mucho esfuerzo para advertir una provocación. El propósito de Biden es cancelar, en forma unilateral, todas las reuniones que han acordado entre Rusia y varios países europeos, incluida Ucrania, para continuar una agenda diplomática cuyo propósito es evitar el conflicto bélico. Los medios de prensa atribuyen al bloque norteamericano-británico una política de “disuasión” (deterrence, en inglés), que consiste en obstruir cualquier arreglo diplomático al conflicto por medio de amenazas. Francia y Alemania, y también el gobierno ucraniano, se inclinarían, por el contrario, por buscar una “distensión” (détente, en francés). En definitiva, Biden y Johnson han saboteado todas las tentativas de una tregua más o menos prolongada. Han defendido el derecho de expansión de la Otan, sin restricciones, y por lo tanto el cercamiento político y militar de Rusia en todas sus fronteras. La tensión en la Otan se manifiesta por sobre todo en Alemania, donde una parte importante del liderazgo político exige al gobierno el abandono de la política de acercamiento a Rusia, por medio de inversiones industriales, ampliación del comercio y la defensa de los acuerdos de provisión de gas natural de parte de Rusia. La crisis ha movilizado a las grandes compañías alemanas, reunidas en la Confederación de la Industria, a enviar una delegación a Moscú, para obtener una “distensión” de la crisis. El francés Macron y el alemán Schloz han ofrecido a Putin concesiones que el gobierno ruso ha calificado de insustanciales, a cambio de una desmovilización gradual de las fuerzas armadas de Rusia.
Biden ha señalado que Estados Unidos no se encuentra en condiciones de ir a una guerra en territorio ucraniano, e incluso que una confrontación militar directa entre Estados Unidos y Rusia conduciría a “una guerra mundial”. Para calificados expertos en asuntos militares, Rusia estaría en condiciones de ocupar Ucrania en 48 horas. Ucrania posee el segundo ejército más importante de Europa, en número de reclutas, sólo después de la misma Rusia. Aunque se descuenta que las fuerzas armadas ucranianas ofrecerán resistencia a una invasión rusa e incluso la acción de las milicias fascistas que han crecido mucho luego del golpe de estado de febrero de 2014, una parte importante de la población, en especial en el sur, confraternizaría con las tropas de Putin. Rusia reclama que la Otan renuncie a la incorporación de Ucrania y que desmilitarice a todos los estados fronterizos de Rusia, como los países bálticos, Polonia y Rumania. Fue lo que ocurrió con dos naciones que habían quedado fuera de la órbita soviética, luego de la segunda guerra – Finlandia y Austria.
La Otan y el Pentágono han elegido el camino de la guerra, en la convicción de que Ucrania se convertiría, con el tiempo, en la tumba política y estratégica de Putin, y hasta en una desintegración de Rusia. Como ocurrió con la ocupación de Afganistán, por parte de Brezhnev, hace cincuenta años. Por eso se ha lanzado al reforzamiento militar de los países con frontera con Rusia, y amenazado con sanciones económicas de impacto atómico contra Rusia. Como patrón de estancia, ha anunciado que el gasoducto Nordstream 2, que debe proveer gas ruso a Alemania, será clausurado por tiempo indefinido, y que Rusia sería excluida de las cámaras de transacción del dólar, una suerte de expulsión del mercado monetario y financiero internacional. Estas sanciones serán un golpe devastador para la propia Unión Europea, que transa con Rusia en divisas internacionales – algo que la sometería a una dependencia cuasi colonial de Estados Unidos. En la estimación del gobierno norteamericano, incluido el Congreso, una crisis prolongada, sin salida a la vista, sería totalmente perjudicial, vista la multiplicación de factores de una crisis financiera y económica internacional, y el marcado retroceso de Estados Unidos en la economía mundial. Un impasse sin salida comprometería la hegemonía de Estados Unidos, por ejemplo en América Latina, e incluso la ‘arquitectura’ financiera internacional centrada en el FMI.
Rusia enfrenta esta crisis en una situación no menos comprometida. Cuarenta años después de la disolución de la Unión Soviética, promovida por el partido comunista mismo, para resolver los problemas sociales de una burocracia en decadencia, Rusia no ha conseguido la ‘aceptación’ de la llamada “comunidad internacional”. Es cierto que la oligarquía que emergió del pasaje al capitalismo goza de una protección sin igual en el mercado inmobiliario, bursátil y hasta futbolístico de Londres, pero Rusia de conjunto ha retrocedido de potencia industrial y tecnológica a proveedora de materias primas -que financian el 80% de su presupuesto estatal. El cerco de la Otan ha puesto de manifiesto su vulnerabilidad histórica. No se puede salir de semejante callejón sin salida por medios militares – sólo por medios revolucionarios. Putin sabe muy bien que no existe la salida de un frente internacional con China, en primer lugar porque China rechaza una militarización prematura de la crisis que la enfrenta a Estados Unidos; en segundo lugar, porque no tiene una comunidad de intereses con la oligarquía capitalista rusa. Los acuerdos a los que han arribado para construir enormes gasoductos, que atenúen la dependencia de China de otras fuentes, no alcanza para una unidad estratégica.
Para la clase obrera de todo el mundo, y en especial para la de Rusia, Ucrania, China, y para la de los países de la Otan, una guerra sería catastrófica. Desde el punto de vista de los intereses históricos de clase obrera internacional, una guerra entre potencias capitalistas de diferente grado, es una expresión de la decadencia histórica del capital y de su tendencia a la barbarie. No hay que confundir la dinámica guerrera que impone la Otan a la crisis mundial, y el carácter de esta guerra - de dominación, imperialista -, con una ‘progresividad’ de la resistencia militar de la oligarquía moscovita, que se ha asentado en el poder a fuerza de guerras criminales contra los pueblos del Cáucaso y reprimiendo el levantamiento popular en Kazajistan. Si Putin invade Ucrania, lo haría como una potencia opresora del pueblo ruso, para defender un régimen de oligarquía capitalista sin salida – como lo prueba la fuga de capitales de su propia burguesía. Rusia es ya, hasta cierto punto, una semicolonia industrial del capital francés y alemán. Los auténticos intereses nacionales de Rusia no están presentes en la guerra con la que Putin pretende extorsionar a la Otan, si no es, también hasta cierto punto, un juguete de la Otan.
Los Biden y los Johnson descuentan que sus pueblos apoyarán la guerra contra Rusia, en nombre de la democracia. Se equivocan de época. La guerra servirá, en Estados Unidos, al desarrollo del supremacismo, el trumpismo y el fascismo, por un lado, y a la rebelión popular y las huelgas, por el otro. La maniobra de Biden de endilgarle la responsabilidad de la guerra a Putin, para disimular que se trata de una guerra confeccionada por la Otan, durará poco más que un suspiro. Las agudas contradicciones de clase en Estados Unidos, harán estallar todos estos trucos.
El deber del proletariado internacional es movilizarse contra esta guerra, tanto en su fase potencial como efectiva. La consigna es: abajo la guerra, abajo los gobiernos capitalistas, los Biden y los Putin, por la unidad mundial de la clase obrera, por gobiernos de trabajadores. La consigna debe ser también: Fuera la Otan de todo el mundo, no solamente de las fronteras de Europa oriental. Por la confraternización de las tropas y los trabajadores de Ucrania y de Rusia. Por el derrocamiento de la dictadura bonapartista de Putin y por una auténtica y revolucionaria Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Por la Unidad Socialista de América Latina. Sólo la revolución socialista enterrará a la Otan.
Ni la Otan representa la democracia, ni Putin el ‘antiimperialismo’.
Jorge Altamira
11/02/2022
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