jueves, 1 de julio de 2010
Fueron como el Che
Los manifestantes en el puente Pueyrredón y de fondo el mural que recuerda a Kosteki y Santillán.El dibujo muestra al ex presidente Eduardo Duhalde tras las rejas, y advierte al pie: “Candidato a la cárcel”. Estampado en remeras y buzos, lo llevaban ayer en el puente Pueyrredón los manifestantes que se movilizaron para reclamar que se juzgara a los responsables políticos de los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. A ocho años de la masacre de Avellaneda, los movimientos sociales pidieron que no hubiera impunidad para los funcionarios que planificaron el operativo que el 26 de junio de 2002 reprimió la marcha de desocupados, causando las muertes de Kosteki y Santillán, 33 heridos con balas de plomo y más de ciento sesenta detenidos. El dato principal de este aniversario es que encontró a Duhalde, motor de aquel operativo de represión, lanzado a la presidencia. Por eso fue el blanco de todos los discursos, que exigieron su juzgamiento. Pero hubo dos actos sobre el puente, uno de las organizaciones sociales no kirchneristas, que acusaron al gobierno nacional de complicidad por no impulsar la investigación, y otro de movimientos afines al Gobierno, que se centraron, en cambio, en defender el nuevo modelo económico. Los familiares de Kosteki y Santillán estuvieron en el primer acto. Al mediodía, la misma hora en que hace ocho años la policía bonaerense comenzaba a disparar sobre los piqueteros, ayer se había reunido una multitud, que cubría desde lo alto del puente hasta la base, más allá del Bingo de Avellaneda.
Vanina Kosteki, la hermana de Maximiliano, y Alberto Santillán, el padre de Darío, fueron los oradores. Sin ayuda de ningún papel, Vanina nombró a los funcionarios que ocupaban lugares clave cuando la represión: “Felipe Solá (entonces gobernador bonaerense), Juan José Alvarez (secretario de Seguridad), Alfredo Atanasof (jefe de Gabinete), Carlos Soria (jefe de la SIDE), Jorge Matzkin (ministro del Interior)”. Incluyó en la lista al actual jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, también ex funcionario de Duhalde.
Por Laura Vales, Pagina/12 27-06-10
Si el Ideal es lo contrario a la Idealización, siempre pensé que la consigna “sean como el Che” no era un mandato, sino la síntesis de una aspiración fundante. Y que en este caso al menos, el ser y el hacer no estaban disociados. Sean es la mezcla maravillosa del ser y el hacer. Resonancia con un acto, con una propuesta vital, y, en su extremo límite, con una estrategia revolucionaria. Que no es solamente sentir como propia cualquier injusticia, sino también sentir como propia todas las formas todas, de enfrentar a las mil caras del capitalismo predador. Era el año 2002 cuando invité a Pablo y compañeros del MTD de Lanús, en el Frente Darío Santillán a presentar en mi Cátedra de Dinámica de Grupos de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, el libro “Darío y Maxi: dignidad piquetera”. Escrito por el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. Me reencontré con Pablo el día miércoles próximo pasado en una actividad en la Universidad Nacional de Rosario, Facultad de Psicologia y organizada por el Frente Santiago Pampillón.
En el mismo aula en que dicto un curso de Psicoanálisis Implicado organizado por el GEM y con la activa participación de colegas de El Puente en La Toma. Son estas referencias necesarias para insistir que, a 8 años de la masacre del puente Pueyrredón, no solamente no hay perdón, sino que tampoco hay olvido. La memoria heroica no pocas veces se opone a la memoria histórica, y siempre se opone al recuerdo. Entiendo por memoria heroica la que es sostenida por la idealización. O sea: la exaltación de virtudes y el borramiento de toda mácula. Esto si bien habilita el reproche y el elogio, siempre impide la crítica y la autocrítica. Sostener la memoria heroica es práctica de las derechas, siempre interesadas en las versiones Disneylandia de la historia combativa de los pueblos. La memoria histórica exige libros como el mencionado, o “La Pasión del Piquetero” de Vicente Zito Lema, o “De Cutral Có a Puente Pueyrredón” de Mariano Pacheco. Estos libros son un tesoro, porque encierran recuerdos.
Y el recuerdo es la memoria histórica fecundada por los afectos: la alegría, la ternura, la tristeza, el dolor, la esperanza en la lucha renovada. Yo no conocí a Darío y Maxi pero si conocí a aquellos que lo conocieron. Y nos siguen enseñando que en el Puente Pueyrredón se escribió otra historia maldita para el pais burgués. No podemos prescindir en ese momento de quien ejerciera la titularidad del Poder Ejecutivo de la Nación. Ni de su elenco de cómplices y coparticipes necesarios. Ni como algunos de ellos fueron reciclados cuando otro titular del ejecutivo, en este caso de la Ciudad de Buenos Aires, intentaba evadir las responsabilidades por otra masacre, la del boliche República Cromagnon. Que tristeza saber que los masacrados por la misma voracidad carnívora del capitalismo, nunca llegarán a conocerse. Cuanto aprenderíamos sobre el fundante de la cultura represora, si las víctimas pudieran construir la historia verdadera. Por que no se trata de negar la condición de víctimas, ya que eso implicaría anular la misma existencia de los victimarios.
Hay víctimas, lo que no es lo mismo que decir que las víctimas son pasivas, son temerosas, han dejado de combatir. Sostener la condición de victima es sostener que el fundante represor del capitalismo atraviesa gobiernos, y perfora gobernados. La idea de que una víctima es pasiva, es funcional a la derecha, y su atroz especialidad de quebrar voluntades. Ser asesinado por la espalda, cuando se usan balas de plomo sin la curiosa piedad de las balas de goma, cuando niñas, niños, mujeres, ancianos son arrasados por la bestialidad policial, es imposible no utilizar la categoría de víctima para dar cuenta de los masacrados. Las víctimas fueron masacradas por diferentes pasiones, que existen mas allá de cualquier mundial de fútbol. Y esas pasiones continúan, y no solamente en cada aniversario. Pero es cierto que tampoco la victima debe ser idealizada por esa condición. La memoria heroica cristaliza, momifica, burocratiza el recuerdo. La víctima deja de serlo solo en la lucha actual de las y los compañeros.
Porque solo entonces el pasado vuelve a ser presente, y el presente combativo es la única dimensión en la cual otro futuro mejor es posible. De eso se trata el aniversario combativo. No solamente en recordar lo que otros hicieron, sino en afirmar una y mil veces, y millones de veces, lo que otras y otros siguen haciendo. En definitiva, la dignidad piquetera es eso: unir lo que somos, lo que decimos, lo que hacemos, lo que sentimos. Sin ocultar el odio por el represor, como explica Marcelo, militante barrial, allá por el 2002. “Los pibes encuentran en el piquete y en el movimiento una identidad social. Son algo. Son piqueteros. Allí vos estás con la cara tapada y con el palo, cara a cara con el milico que tenés enfrente y le decís yuta puta. Le decís en la cara que es un hijo de puta. Eso te da un sentido de integración, de dignidad”. Dignidad, o sea, autoestima. Cuando hacemos lo que deseamos, sin la coartada cobarde lo políticamente correcto.
Incluso un psicoanalista cuando hace el tránsito del diván al piquete, puede acompañar y sostener las luchas con la pluma, sin la espada y con alguna palabra. Lamentablemente, hay otros que hacen el tránsito del diván a punta del este, y más allá de la atracción discursiva, legitiman a la cultura represora. La subjetividad piquetera, como enseña Marcelo, es una de las formas mas radicalizadas de la subjetividad militante. El “cuerpo a cuerpo, mente a mente” del combate. Alejada de la esterilidad de la queja, de la complacencia colectiva de la protesta, para sostener la decisión de dar combate, o sea, de disputar poder popular. Nuestra ética revolucionaria nos señala que ninguna sangre puede ser negociada. Ni sosteniendo impunidad, ni sosteniendo contratos con la Barrick Gold. Si la revolución es un sueño eterno, como dijo Andrés Rivera, que ciertas formas de la gobernabilidad burguesa no terminen siendo una pesadilla más eterna todavía. Sabemos que de la misma manera que hay infinitos mas infinitos que otros, hay eternidades mas eternas que otras.
Que la eternidad de la vida sea la más eterna, y que junto a los laureles que supimos conseguir, haya laureles para los que supieron combatir. En ese sentido, Darío y Maxi no fueron: siguen siendo como el Che.
Alfredo Grande (APE)
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