lunes, 5 de julio de 2010
Con las recetas de siempre no se sale de la crisis
La crisis se profundiza e impone sus condiciones, mientras que las cumbres mundiales para resolverla se suceden una tras otras y acumulan fracaso tras fracaso. Así pasó en la cumbre del cambio climático que se desarrolló a inicios de este mes en Bonn, continuación de la de Copenhague, que una vez más culminó con un fiasco estrepitoso. Así fue también el resultado de la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, cuando los presidentes allí reunidos no lograron acordar una declaración final. Lo mismo está pasando en las reuniones del G-20, tanto en la de estos días en Toronto, como la anterior en Pittsburg. En todos los casos hay evidencias que las diferencias entre los países se agrandan más allá de acuerdos generales, meramente declarativos que no conducen a ninguna parte, como no sea el agravamiento de una situación social ya de por sí de extrema gravedad. Por Eduardo Lucita.
Por ANRed - L
Buscando gobernabilidad
Al finalizar al inicio de esta semana la nueva reunión del G-20, una conclusión generalizada circulaba por los pasillos de la lujosa CN Tower Toronto sede de las deliberaciones: “Es más difícil acordar ahora que en el 2008, cuando el inicio de la crisis”. Sin embargo han presentado como un hecho histórico que los países más poderosos hayan aprobado un ajuste tendiente a reducir sus déficit fiscales en un 50 por ciento para el 2013 y al mismo tiempo llamaran a impulsar el crecimiento.
Para intentar comprender este intríngulis internacional conviene remontarse a los inicios de este organismo supranacional, cuya idea comenzó a forjarse al inicio de la segunda mitad de los ’90 en los EEUU bajo la presidencia Clinton, cuando se acumulaban evidencias que la situación financiera internacional se podía descontrolar. Las crisis financieras se sucedieron una tras otra en la periferia del sistema. México en el ‘94, Sudeste Asiático en ‘97, Rusia en ‘98, Brasil ‘99 y Argentina en 2001. Todas estas crisis parciales operaron como válvulas de escape postergando el estallido en el centro. El G-20 tomó forma en 1999 cuando la realidad mostraba que el G-8 (los países industrializados más Rusia) no alcanzaba para gobernar la situación, por lo tanto se decidió incorporar a la UE como tal y a los llamados “emergentes” (Brasil, China, India, Indonesia, México, Argentina, Australia, Arabia Saudita, Sudáfrica y Turquía).
En los inicios funcionó solo como un foro de debate en reuniones anuales, pero fue convocado de urgencia cuando la crisis mundial mostró que no sólo se profundizaba sino que había pegado un salto en calidad en 2008. Desde entonces el G-20 intenta cumplir con los objetivos para los que fue creado: administrar la crisis y garantizar gobernabilidad. Sin embargo su principal decisión hasta ahora ha sido avanzar por el mismo camino que los llevó a la crisis: inyectar dinero al FMI, triplicando su capacidad prestable y autorizar un incremento sustancial de la emisión de sus Derechos Especiales de Giro (DEG), al mismo tiempo capitalizar al BM y al BID. Esto fue acompañado por los Estados que volcaron fondos públicos al mercado para frenar una crisis bancaria en cadena. Fue el máximo de los acuerdos alcanzados. Pasados dos años, ahora con el estallido de la crisis europea y las demoras para enfrentarla, las diferencias se hacen cada vez más agudas.
Cumbre de las discrepancias
La ecléctica declaración final de Toronto es una muestra diplomática de esas diferencias: “Las economías avanzadas se comprometen a implementar programas fiscales de reducción de sus déficit al 50 por ciento para el 2013 y a mejorar la relación deuda/PBI” pero “... un ajuste fiscal sincronizado puede impactar en la recuperación” por lo que “...en cada país el ajuste debe hacerse sin comprometer el crecimiento”.
Es que EEUU, Argentina, Turquía y otros países “emergentes” son partidarios de mantener políticas de estímulo a la economía y no recaer en los ajustes, presionan a los países que tienen superávit (Alemania, Japón, China, los petroleros) para que incrementen su nivel de gasto y así mantener la demanda mundial. Por el contrario la UE, capitaneada por Alemania, tiene temor a una emisión descontrolada y al recrudecimiento de la inflación (estanflación), está en juego su existencia y la del euro como moneda única, también piensan que no les queda mucho resto para enfrentar las crisis de deuda de sus países miembros. Se han lanzado así a una carrera por el ajuste estructural en busca de mayor productividad y competitividad internacional, a expensas de un costo social de proporciones. Conviene aquí mencionar que el informe de Eurobarómetro, que periódicamente publica la Comisión Económica Europea, señala que “...la pobreza se está convirtiendo en uno de los mayores problemas para la UE”.
Una vez más sin cambios
Pero no son estas las únicas diferencias. No hubo acuerdo en poner un impuesto global a los bancos para financiar próximos rescates, tampoco a las transacciones financieras, mucho menos la anunciada condena a los paraísos fiscales y calificadoras de riesgo. La reglamentación financiera mundial, cambios al interior del FMI que le den mas peso a los “emergentes”, la discusión sobre las cuotas por países y la representación, fueron una vez más postergados y se desestimó la iniciativa de Argentina y otros países de ampliar nuevamente el capital de la institución.
Una vez más el discurso contra el proteccionismo (Argentina es el país miembro que más barreras ha levantado en la crisis) y a favor de mantener “los mercados abiertos” como fuente del crecimiento y el empleo estuvieron presentes, como si la OMC y la desregulación de los mercados no tuvieran nada que ver en la crisis.
Más de lo mismo
El G-8 ha dado paso al G20. En rigor se han dividido las tareas, el primero se encarga de las cuestiones políticas -en su cumbre de un día antes llamó a apurar las sanciones de las NU contra Irán, condenó a Corea del Norte por el hundimiento de una nave de Corea del Sur, cuando hay quiénes dicen, como Fidel Castro, que podría haber sido por la explosión de una mina norteamericana, y apenas si se lamentó por las muertes provocadas por el ataque israelí a la flota que llevaba ayuda humanitaria a Gaza. Eso sí condenó el bloqueo de esa franja. El G-20 se ocupa de administrar y buscar salida a la crisis económica pero no hace más que volver una y otra vez sobre sus propios pasos. Apoyó el brutal ajuste estructural en Europa, que profundizará la recesión y el estancamiento y provocará una fuerte regresión social; mantiene los privilegios a bancos e instituciones financieras; busca reimpulsar el “libre comercio” y no encuentra otra salida que la de siempre: descargar los costos sobre los trabajadores y el conjunto de los pueblos.
Esto es, más capitalismo para salir de la crisis capitalista. Cuando es evidente que es el sistema del capital la principal traba para resolver los daños sociales que este provoca.
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