jueves, 29 de marzo de 2007

Felicitaciones, compañeros


El sábado 24 de Marzo pasado no era un sábado más para quienes militamos en el Partido Comunista de los Trabajadores. Por supuesto que ningún 24 de marzo lo es, desde 1976, en la conciencia de los que soñamos con un mundo verdaderamente justo y armonioso. Pero éste tenía un sabor especial para nosotros.
Era la primera vez que salíamos a la calle después de un período que nos sacudió las entrañas. Había quienes nos habían robado no solamente recursos genuinos, no solamente nuestros símbolos y hasta los nombres de la prensa y el Partido, sino la confianza que alguna vez depositamos en ellos, lo que a algunos nos había hecho dudar acerca de las posibilidades de concretar aquellos que son nuestros objetivos más preciados. Estábamos heridos por quienes habían sido parte de nuestra construcción y nuestros sueños, los sueños de intentar cambiar la historia de desaciertos permanentes en la izquierda de nuestro país, los de generar una herramienta de y para la clase, respetando las banderas de nuestra ideología sin mancillar ninguna, y, sobre todo, la subjetividad de cada compañero, defendiendo el derecho de todos y cada uno a expresarse sin ser censurado ni despreciado.
Fue dura la prueba a la que el PCT fue sometido en los últimos dos meses. Quisieron hacer claudicar nuestros principios democráticos y, lo peor de todo, los de la ética propia de los revolucionarios. Quisieron hacernos caer en el cretinismo propio de los que se creen los iluminados dueños de la verdad, de los intolerantes que indefectiblemente se arrastran en el sectarismo –justamente porque sólo toleran a los que nunca les debaten nada-, de los que quieren hacernos creer que la “unidad de los revolucionarios” es la unidad de los que piensan como ellos. En definitiva, la unidad de sectas autoproclamatorias y delirantes.
Tuvimos que remar duramente contra las sombras del pasado, aquellas de las que renegamos cuando decidimos romper con las cadenas del estalinismo del PCA, las que volvían para socavar toda la frescura revolucionaria y el prestigio que supimos conseguir.
De esas sombras debíamos salir fortalecidos.
Y el sábado era una prueba definitiva.
Y allí estuvimos, renovados, con más compañeros, con los de siempre, los nuevos y los recuperados, con el compromiso en la mente y en las entrañas, con la fraternidad y la solidaridad en cada mano, ofrecidas para construir la verdadera e imprescindible unidad.
Piqueteando nuestra prensa como nunca antes, ordenándonos detrás de esa nueva e imponente y hermosa bandera que fue la admiración del resto de los compañeros de las demás organizaciones hermanas, con los cuales compartimos la marcha desde Congreso hasta la Plaza. Interactuando con ellos, llevando nuestra palabra y nuestras propuestas, nuestra mirada, no para imponerla, sino para aportarla. Y encontrando promisorias respuestas.
Es realmente un orgullo pertenecer a un espacio como el que construímos, integrado por compañeros íntegros. Compañeros que no “se la creen”, sino que intentan –justamente por ello- ser mejores cada día. Compañeros que no tienen el “manual del revolucionario”, sino que tratan de aportar a escribirlo cada día, defendiendo ese derecho que nos atañe a todos.
Compañeros que saben dividir aguas entre la ética y la mentira.
Compañeros para los cuales los medios son tan importantes como los fines.
Finalmente, eso es lo único que importa.
Como decimos permanentemente, simpre hay tiempo para aprender. Lo imprescindible a cada paso son los principios, pues sin ética revolucionaria no habrá Revolución.
El sábado último no sólo cumplimos con la obligación de decir presente para repudiar el Genocidio y el Terrorismo de Estado.
Demostramos que nuestros sueños están más vivos y más fuertes que nunca.
Felicitaciones, compañeros.
Ahora, a seguir la lucha, a engrandecer el Partido.
A apuntalar los sueños.
El horizonte nos espera.

Hasta la Victoria Siempre
Socialismo o Barbarie

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