El Acuerdo Marco que dio a conocer el gobierno de Trump con Argentina tiene todas las características de un tratado semicolonial. “Argentina va a ofrecer acceso preferencial al mercado a los productos de exportación de Estados Unidos", destaca el Financial Times. El comercio preferencial hace referencia a los mercados reservados para determinadas potencias imperialistas. Es un acuerdo desbalanceado -dice el operador financiero Martín Redrado- que cede posiciones de mercado en 12 de los 16 puntos transados. Algo parecido observa el diario británico, para el cual 12 posiciones favorecen a Estados Unidos, tres benefician a ambos países y sólo uno es conveniente para Argentina. Argentina, añade, abrirá su mercado al ganado en pie, vehículos a motor y autopartes, medicinas y maquinarias. Promueve cambios en la propiedad intelectual y el patentamiento farmacéutico, y la localización de cadenas de producción o valor entre ambos países. Argentina sale beneficiada en cuanto a exportación de carnes, en momentos de suba de precios de los alimentos en el mercado norteamericano. Es un arma de guerra comercial, asimismo, contra Australia y Canadá, fuertes exportadores de carnes premiun a Estados Unidos. La Cámara de Comercio Americana en Argentina adelanta más imposiciones, que seguramente serán establecidas en el texto dispositivo final. Reclama, por caso, que el uso de los glaciares para minería a cielo abierto quede en manos de las provincias y que se abran licitaciones de rutas al capital internacional; en definitiva, a las compras y gastos del Estado. Los tres rubros más importantes de la exportación de Argentina a Estados Unidos (acero, aluminio, biodiesel) sufren aranceles altos o con ingreso interdicto.
La preferencia comercial, sin embargo, es un arma, por sobre todo, contra diversos acuerdos de comercio con Argentina, como el reciente, de libre comercio, con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por su sigla en inglés), o el que se viene discutiendo desde hace dos décadas con la Unión Europea. El golpe más fuerte lo recibe el Mercosur, que tiene aranceles externos comunes en sus cuatro miembros. Para superar este conflicto, dice el Cronista, “Necesitábamos 50 posiciones más (del arancel externo del Mercosur) que (se) lograría (finalmente) con el apoyo de Brasil”. El Mercosur resignó aranceles proteccionistas para que Argentina pudiera someterse a los propósitos de Howard Lutnick, el secretario de Comercio norteamericano, y Trump. Lula, el paraguayo Peña y el uruguayo Orsi cedieron con facilidad porque ellos mismos quieren ‘pacificar’ la ofensiva comercial y financiera del imperialismo mandamás.
El núcleo de este Acuerdo, del cual sólo se conocen los objetivos y procedimientos, pero no sus disposiciones contractuales, es la guerra comercial y financiera internacional desatada, al menos en su fase más agresiva, por el segundo gobierno de Trump. La principal potencia económica del mundo ha sido desplazada del comercio internacional de la industria por China. Tiene un superávit comercial con el resto del mundo del orden de 1,5 billones de dólares (y de 250.000 millones con Estados Unidos). En cuanto a Argentina, el superávit comercial de China es de alrededor de los 6.000 millones de dólares. “Los galpones que se están importando prácticamente llave en mano desde China, describe Jairo Straccia en el Cronista (14/11), son solo una punta del iceberg de la creciente amenaza de la importación del gigante asiático para la industria”. “Desde los proveedores del sector del petróleo y gas hasta la construcción de viviendas y el turismo están en guardia por la creciente competencia mucho más barata de las manufacturas que llegan cada vez más de Oriente”. Es evidente, en estas condiciones, que el Acuerdo Macro de Trump y Caputo no tiene posibilidad de abrirse camino si no es por medio de una guerra despiadada contra el régimen de Pekín: esta es la ‘razón’ de la inminente guerra piloto contra Venezuela.
“El ‘dólar Bessent’” (26/9), sin embargo, ha servido de gran incentivo, paradojalmente, a las importaciones de Asia. Ya, de entrada, China goza de la ventaja de un acero un 30 % más barato a nivel internacional, en un marco de elevada superproducción. La otra paradoja es que el proyecto RIGI (cero impuestos externos e internos a las inversiones superiores a 200 millones de dólares) no sólo es una ganga para los inversores de China, sino de cualquier otra inversión, por la posibilidad de importar equipos y materiales a menor precio. La exportación a Argentina creció 77 % en el año. Galpones llave en mano, proveedores al sector petróleo, construcción de viviendas, el RIGI favorece importación de bienes de capital. Costo del acero para China: se traen máquinas de China un 70 % más baratas. “Todos los dólares que lleguen terminarán en el embudo chino”. De aquí se desprenden dos conclusiones: el acuerdo Trump no favorece la llamada “inserción internacional” de la economía argentina, sino que la perjudica; además obligará a Argentina a adoptar medidas proteccionistas, no para la industria nacional, sino para ajustarse al nuevo carácter preferencial que tendrá la importación norteamericana. El texto del Acuerdo Marco abunda, precisamente, en un indeterminado número de restricciones contra la competencia de China, que violan, por supuesto, el régimen de comercio internacional (aún) vigente.
Este Acuerdo “nace a partir de una profunda y necesaria re-configuración de las cadenas internacionales de valor”, escribe una columnista de Perfil; es parte de una guerra comercial internacional, que acompaña necesariamente la preparación y el desarrollo de la presente guerra mundial en el campo militar. La imposición del capitalismo en China había partido como una gran cadena de producción internacional que explotaba sus recursos y fuerza de trabajo baratas (Foxcom-Apple) y abría el (nuevo) mercado de China a la inversión extranjera. Ese proceso, que sirvió para producir una caída enorme en el valor de la fuerza de trabajo en el resto del mundo (y un proceso deflacionario generalizado) se ha agotado relativamente como consecuencia de nuevas cadenas de producción, bajo el control del Estado chino y la iniciativa de una clase capitalista asociada. A ellas apuntan las inversiones que se reclaman para el litio y el oro y el uranio o el cobre, para las que se reclaman infraestructuras pagadas por el Estado, o sea, los contribuyentes. El Acuerdo de marras no es una iniciativa ‘libertaria’, sino una imposición del imperialismo norteamericano para anexar a Argentina a una guerra de alcance económico, social, político y militar. Este escenario no es la simiente de un período de estabilidad, sino de lo contrario: de conflictos colosales. La parte del león de las cadenas internacionales de valor son apropiadas por el capital financiero que realiza el producto en los mercados mundiales.
Parecería lógico asociar la firma del Acuerdo a una extorsión de parte del gobierno de Trump por su “asistencia” a un default inminente de Argentina. Las negociaciones para arribar a este Acuerdo han llevado más de un año y tampoco han concluido. El abismo al default tampoco es reciente, sino que ha circunvalado al régimen liberticida desde un comienzo de su mandato. El default y el Acuerdo están enlazados como una cadena. Un columnista (Cronista, 17/11) asocia el Acuerdo y la política financiera de Caputo para concluir que el régimen de tipo de cambio en Argentina ha iniciado un período de transformación “acelerado”, que pasará de la restricción a una abundancia inédita de divisas. La minería, el petróleo, el comercio digital, convertirían a la economía ‘nostrana’ en superavitaria, que florecería con un dólar más barato. Es lo que los textos de las facultades denominan la “enfermedad holandesa”, porque el efecto de una moneda nacional cara podría llevar al mercado interno a una depresión. Para el mencionado columnista, por el contrario, serviría para “eliminar al capital prebendario” (subsidiado) y sustituirlo por uno robusto. Estamos ante una observación que sorprende, cuando Estados Unidos, la UE -y no digamos China- se encuentran en una fase de gran intervención estatal y subsidios para enfrentar la competencia internacional, especialmente en las nuevas tecnologías y los proyectos de rearme militar. Por otro lado, las sucesivas crisis severas que ha atravesado Argentina desde la de 1824 (en especial las de 1880, 1890, 1930, dos guerras mundiales, y el derrumbe de 2007/9) la han llevado también a una mayor intervención estatal y a una mayor reglamentación económica, con crisis financieras cada vez más acentuadas.
Lo cierto, de todos modos, es que el ‘éxito’ del Acuerdo y la política financiera de Caputo dependen ahora de dos ‘rescates’: el primero es que EE. UU. active un ‘swap’ de 20.000 millones de dólares, que no sería en la divisa norteamericana, sino en una moneda escritural: los Derechos Especiales de Giro que asigna el FMI a sus miembros, cuya circulación está limitada a ellos mismos. El segundo, que un “pool” de bancos internacionales organice un préstamo para que Argentina pueda recomprar la deuda externa, de modo de hacer subir su cotización y reducir, de ese modo, la tasa de riesgo del conjunto de la deuda. Caputo se encuentra empeñado en acumular reservas por medio de créditos, para rifarlas de inmediato al sostenimiento de un tipo de cambio insostenible.
Que los swaps sean reservas es cuestionable, en todo caso no son de libre disponibilidad, ni son dólares en efectivo. En cuanto a un préstamo para recomprar deuda, los bancos no pueden otorgarlo “sin algún apoyo de Washington”, clarifica The Wall Street Journal (13/11). Los riesgos de estas operaciones, dice, son inusualmente elevados. En caso de que el peso se desvalorice, algo que es necesario, el Tesoro se quedará con activos (pesos argentinos) que han perdido valor”. Un crédito del Tesoro tendría preferencia de cobro sobre los préstamos del FMI y de los bancos. Se necesitaría un respaldo financiero excepcional para una operación riesgosa. Caputo y Milei se han lanzado a otro gran endeudamiento del Tesoro, luego de haberle cargado las deudas del Banco Central, por el equivalente a 80.000 millones de dólares, entre ex Leliqs y parte de los adelantos transitorios dejados por el ‘populismo’. Una deuda que carga con ajustes al Presupuesto nacional.
La salida del intríngulis para el impasse que provoca un nuevo recurso al endeudamiento sería una previa devaluación del peso y el libre cambio de la moneda, a fin de que el swap no se desvalorice después de activado, ni ocurra lo mismo con las colaterales o garantías de los créditos bancarios. Es la salida que promueven numerosos economistas y varios fondos internacionales, incluso a sabiendas de que provocaría un recrudecimiento de la inflación y de la crisis social. Las opciones, sobre las bases del régimen actual, serían una crisis deflacionaria o una inflacionaria, ambas potencialmente explosivas. No son ni una ni la otra, es el régimen social y político mismo. En este escenario, se levanta el fantasma que acosa a Caputo, pero que sobrevuela el mundo desde hace unos pocos doscientos años, a veces en forma subyacente y otras muy activa: “el comunismo”. Perseguido, reprimido, difamado, derrotado, siempre de pie.
Jorge Altamira
17/11/2025

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