domingo, 4 de febrero de 2007

A 45 años de la Segunda Declaración de la Habana.



Marcha de gigantes

No es casual que, tanto la Primera como la Segunda Declaración de La Habana, se inicien con la evocación del recuerdo imperecedero de José Martí. A la cabeza del histórico documento aprobado por el pueblo de Cuba en Asamblea General Nacional, efectuada en la Plaza de la Revolución, figuran las palabras del Apóstol en la memorable carta a su amigo mexicano Manuel Mercado: "Ya puedo escribir( ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber) de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso".
El 4 de febrero de 1962, cuando la mayor y más compacta multitud jamás reunida anteriormente en nuestro país, aprobó e hizo suya la Segunda Declaración de La Habana, estaba dando digna respuesta al imperialismo yanki y a su Ministerio de Colonias (la OEA) por haber llevado a cabo la farsa bochornosa de Punta del Este y reafirmando su decisión inquebrantable en defensa de la soberanía nacional, la independencia de la Patria, la Revolución y su carácter socialista.
Posiblemente lo más importante, y lo que estremece al releerla al cabo de más de cuatro décadas, es que Fidel dio a conocer allí un examen detallado y analítico —como posiblemente nunca antes se hubiera realizado—, de la realidad latinoamericana, de la explotación capitalista e imperialista sobre nuestro continente, de las luchas revolucionarias y de las búsquedas incesantes y los caminos que deberían recorrer nuestros pueblos para su emancipación definitiva, la que no alcanzaron al liberarse de la metrópoli española.
Muchos afirman, con razón, que la Segunda Declaración de La Habana puede considerarse como el documento político más importante y trascendente formulado en América Latina en la segunda mitad del pasado siglo; que reúne armoniosamente las condiciones de análisis científico y de guía para la acción y que su visión de largo alcance aparece confirmándose en los albores del siglo XXI.
La Declaración aborda y esclarece de manera didáctica el surgimiento del capitalismo y el inicio de su fase imperialista, la situación contemporánea del imperio y su crisis insalvable. Desenmascara al imperialismo yanki y su esencia como principal explotador de los pueblos de América y verdadero responsable de su subdesarrollo y atraso, del hambre, la ignorancia y las enfermedades, así como de los regímenes tiránicos impuestos para salvaguardar ese saqueo, acentuado por el miedo a la revolución latinoamericana.
En cuanto a la desvergonzada reunión de los cancilleres de la OEA en Punta del Este, se evidencia que allí el gobierno de Estados Unidos quedó al desnudo en su miserable propósito anticubano, confirmando la advertencia martiana cuando la Declaración afirma: "Ya los Estados Unidos no podrán caer jamás sobre América con la fuerza de Cuba pero, en cambio, dominando a la mayoría de los estados de América Latina, Estados Unidos pretende caer sobre Cuba con la fuerza de América".
La Revolución cubana mostró a América y al mundo que no hay fuerza capaz de impedir el movimiento de liberación de los pueblos. Y esta es una verdad que se ha visto ratificada en los tiempos recientes, tras la resistencia heroica y victoriosa del pueblo cubano frente al periodo especial y los sucesivos triunfos populares en los países latinoamericanos y caribeños, en el avance impetuoso de la integración económica y la unidad política, en el descrédito y la bancarrota del imperio y su desprestigiado modelo neoliberal.
La Segunda Declaración de La Habana no da recetas, pero sí proclama que "el deber de todo revolucionario es hacer la revolución", enfatizando rotundamente que "frente a la acusación de que Cuba quiere exportar su revolución, respondemos: las revoluciones no se exportan, las hacen los pueblos. Lo que Cuba puede dar y ha dado ya es su ejemplo". Palabras proféticas que pueden ser confirmadas hoy con más fuerza que nunca.
Es que la Declaración no se equivocó cuando dijo que "ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero".
Dijimos que la Segunda Declaración de La Habana tiene la virtud de ser, a la vez, análisis científico y guía para la acción. Así lo demuestra cuando expone que la burguesía, en los países de América Latina, no puede encabezar la lucha antifeudal y antimperialista, pues la paraliza el temor a la revolución social y solo sus capas más progresistas estarán junto al pueblo; cuando llama a combatir el divisionismo, los prejuicios, el sectarismo, el dogmatismo y la falta de amplitud al analizar el papel de cada sector de la sociedad; cuando señala que en la lucha antimperialista y antifeudal se pueden vertebrar muchas fuerzas: obreros, campesinos, trabajadores intelectuales, pequeña burguesía y hasta las capas más progresistas de la burguesía nacional.
Y afirma textualmente: "Pueden luchar juntos desde el viejo militante marxista hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los monopolios yankis ni los señores feudales".
Con respecto a la revolución latinoamericana, la considera como una realidad objetiva e inexorable que el imperialismo yanki intentará enfrentar con más represión y violencia, con más explotación y saqueo. Tal premonición se demostró con la implantación a sangre y fuego del modelo neoliberal.
Pero la Segunda Declaración de La Habana no es ajena a las esencias líricas de América Latina y la poesía conmovedora caracteriza a más de uno de sus párrafos finales, tal como fue expresado por el Che desde el podio de la Asamblea General de la ONU:
"Ahora esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad y el tránsito de las ciudades o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos, casi quinientos años burlados por unos y por otros.
"Ahora sí la Historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia¼ "
Es oportuno agregar que, al concluir Fidel la lectura de la Declaración, y antes de su aprobación, la Asamblea acordó "solicitar de todos los amigos de la Revolución cubana en América Latina que sea difundida ampliamente entre las masas obreras, campesinas, estudiantiles e intelectuales de los pueblos hermanos de este continente", y ello se añadió al texto definitivo.
Caía ya la noche cuando el Jefe de la Revolución proclamó ante la enorme multitud, que a pie firme y en impresionante silencio lo había escuchado: "Queda aprobada por el pueblo de Cuba la Segunda Declaración de La Habana y se da por terminada esta Asamblea".
Resonaba en todos los ámbitos una conclusión histórica, que la Revolución cubana avizoró y que esta Declaración plasmó como ninguna otra: que esta gran Humanidad ha dicho ¡basta! y ha echado a andar. Y que su marcha de gigantes —una marcha larga, dolorosa pero finalmente victoriosa—, ya no se detendrá hasta conquistar la única, verdadera, irrenunciable independencia./Gustavo Robreño Dolz/Granma

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