Tras la efímera gestión de Liz Truss, quien renunció la semana pasada (el cuarto gobierno que cae en apenas cinco años), Rishi Sunak fue elegido por los diputados y la dirigencia del Partido Conservador como el nuevo primer ministro del Reino Unido. El camino quedó allanado luego de que una de sus rivales internas, Perry Mordaunt, no lograra el apoyo necesario de un centenar de legisladores para poder competir en una elección interna. Y Boris Johnson, que también ansiaba el puesto, bajó su candidatura al constatar que no gozaba de suficiente respaldo.
Si Truss había sido ungida, para culminar el período de Johnson, con el módico respaldo de los afiliados conservadores (0,3% del padrón electoral), la elección de Sunak es aún más restringida, limitándose a la cúpula de la organización.
Sunak es un hombre de confianza para el gran capital. Analista de Goldman Sachs entre 2001 y 2004, luego socio de dos fondos de inversiones, es él mismo un multimillonario, casado con Akshata Murty, hija de uno de los dueños de Infosys, una megaempresa de servicios india.
Como ministro de economía de Johnson, en 2020, a Sunak le tocó comandar un paquete económico de rescate a las grandes empresas en el momento más crítico de la pandemia. El Estado, por ejemplo, se hizo cargo del pago de una parte de los sueldos.
El incremento del déficit y la deuda, sin embargo, abrió una grieta en el Partido Conservador. Sunak planteó que debía retomarse una agenda de ajuste ortodoxo, como lo hicieran los conservadores tras la crisis de 2007-2008. Johnson era más reacio, porque apostaba a lograr su reelección. El portazo de Sunak en julio de este año fue uno de los últimos episodios del gobierno de Johnson.
En la disputa interna con Truss, de la que salió derrotado, Sunak se postuló como un halcón del ajuste fiscal. Ahora que aquella cayó en desgracia tiene su revancha.
A fines de octubre, el nuevo gobierno debe presentar un plan económico que reemplace el de Truss-Kwarteng. Los mercados le bajaron el pulgar a este último porque, si bien tenía una orientación rabiosamente capitalista, proponía financiar rebajas impositivas a los hombres de negocios a través de un mayor endeudamiento, lo que, en un escenario de suba de las tasas de interés, parecía inviable.
Es probable que Sunak debute con un ajuste del gasto público. Está en juego qué se hará con las pensiones y prestaciones sociales. Como antecedente inmediato, el ministro Jeremy Hunt, quien permanecería en su cargo, volteó un plan de subsidios que el gobierno anterior había impulsado para suavizar el impacto del alza de las tarifas energéticas.
El otro asunto crítico que deberá enfrentar Sunak es el del protocolo sobre Irlanda, uno de los aspectos más espinosos dejados por el Brexit. El DUP, partido unionista del Ulster, está boicoteando la formación de un nuevo gobierno en esa región como mecanismo de presión para que los tories se endurezcan en las negociaciones con Bruselas (demandan que se levanten los controles aduaneros entre Gran Bretaña y la isla, y rechazan la jurisdicción en su territorio del Tribunal de Justicia de la Unión Europea). Londres impulsa el reclamo, pero al mismo tiempo amenaza con nuevas elecciones en Irlanda del Norte si el DUP no se atiene a acordar con el Sinn Fein.
A su vez, está pendiente la cuestión de Escocia. Nicola Sturgeon, ministra principal de ese territorio, dio una bienvenida envenenada a Sunak, recordando el pedido de un nuevo referéndum de independencia.
Los trabajadores, que están protagonizando una gran ola de huelgas para recomponer los salarios, frente a una inflación que ya ronda el 10% interanual, se enfrentan a un nuevo gobierno antiobrero. Las luchas en curso han dejado planteada la necesidad de un paro general.
Gustavo Montenegro
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