miércoles, 3 de enero de 2007

LA TEORÍA MARXISTA DEL ESTADO.

El Estado no es más que un mecanismo para la opresión de una clase por otra (Federico Engels, del prólogo a "La guerra civil en Francia" de Carlos Marx)
El marxismo nos enseña que el Estado es un instrumento para la dominación de una clase por otra. En consecuencia, el Estado nunca puede ser neutral. Si bien este tema es uno de los más importantes en todas las obras clásicas, el trabajo que mejor explica la esencia de la teoría marxista sobre el Estado es El Estado y la Revolución de Lenin. En este libro se repasan las conclusiones que fueron extraídas por Marx y por Engels a partir de las distintas revoluciones del siglo XIX. La democracia burguesa. La democracia burguesa, llamada parlamentaria, es sólo una de las formas que adquiere el dominio capitalista. Mientras rige, se permiten, hasta ciertos límites, algunas libertades: de expresión, de reunión, de participación política. Pero son las grandes empresas y bancos los que deciden las medidas importantes, de las que dependen el empleo, la educación, la salud y la alimentación, o sea las condiciones de vida de cada sector de la población. La democracia parlamentaria es una de las maneras en las que se expresa la dictadura del gran capital. Y Lenin caracteriza al Estado como "un poder situado aparentemente por encima de la sociedad". Esta apariencia de "legalidad imparcial" está reforzada por las creencias y la moralidad existentes. La religión, el derecho y los grandes medios de comunicación colaboran en la creación de esta ficción. Veamos algunos elementos del organismo estatal por los cuales las clases dominantes ejercen su dominio. El poder legislativo está cuidadosamente diseñado para que los proyectos presentados reciban los retoques de los distintos sectores de la clase dominante, representados por los distintos bloques en las cámaras. Además, los complicados procedimientos dilatan el tratamiento (mediante el estudio en comisión, el paso de una cámara a otra, los largos debates puramente retóricos, etc. Esas demoras permiten que la clase dominante presione o soborne a los legisladores para que ninguna iniciativa contraria a los grandes intereses sea aprobada y para que sí se sancionen, de la forma más rápida posible, las que los favorecen. Cuando, pese a todos estos recaudos, el poder legislativo no conforma del todo o con la velocidad requerida las necesidades de las grandes empresas entonces es el poder ejecutivo el que responde, mediante decretos de necesidad y urgencia, aduciendo que nos hallamos en situación de emergencia. El poder ejecutivo también es el encargado de aplicar las medidas y cuando éstas se hacen insoportables para los trabajadores y provocan reacciones (mediante las formas de lucha y resistencia tradicionales: huelgas, movilizaciones, actos, piquetes) les envía las fuerzas represivas para asegurar el orden burgués y defender la propiedad de los patrones y el dominio del capital. El poder judicial es el tradicionalmente más respetado. Rodeado de la más sacra aureola de dignidad, imparcialidad y sabiduría se muestra cuidadosamente justo en los casos menores y sin relevancia, para afianzar su imagen. Pero en los grandes negociados y en las crisis decide siempre a favor de los poderosos. Por eso las cárceles están pobladas de pobres y de delincuentes fracasados. Ya el pensador griego Solón sostenía que ley es como tela de araña, atrapa a los pequeños insectos pero los grandes la rompen y escapan. Los responsables de las grandes estafas a toda la nación, con sus consecuencias de hambre, miseria y muerte, continúan en los directorios de las empresas. Tampoco se castiga a los represores que torturaron y desaparecieron a decenas de miles de militantes, obreros y estudiantes. La ilusión, de origen liberal, de que el respeto a la legalidad es la solución a los problemas de la sociedad no se sostiene. Ya vimos cómo se sancionan las leyes y cómo se las utiliza. Ante el menor riesgo de disminución en las ganancias de los monopolios, las libertades democráticas son restringidas y la legalidad es violada. Por último, no es un detalle menor que la composición social de los miembros pertenecientes a las instancias más elevadas del aparato del Estado burgués (la casta de oficiales del ejército y la policía, los jueces, los altos funcionarios del Estado y embajadores, y una gran parte de los políticos profesionales) sea, casi sin excepción, burguesa o procedente de capas medias altas y adineradas, lo que refuerza mucho más la vinculación del Estado burgués con la clase dominante, y sirva a sus intereses. Es en estas épocas de crisis, cuando los privilegiados necesitan superexplotar a los oprimidos para mantener sus beneficios, en las que el Estado muestra su verdadero rostro. El estado y el marxismo. Los comunistas siempre han considerado la cuestión del Estado como esencial. Es un deber revolucionario estudiar la historia, no como un pasatiempo académico, sino para sacar conclusiones prácticas. Marx obtuvo el aporte decisivo para su teoría del Estado de la experiencia de la Comuna de París de 1871. Allí se planteó la necesidad de destruir el Estado burgués con su burocracia y su ejército. La clase obrera no puede utilizar el aparato estatal para sus propios fines, sino que tiene que derrumbarlo y crear un nuevo Estado, que no es otra cosa que el pueblo armado y organizado para llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad. El Estado burgués, muestre la cara parlamentarista o la cara dictatorial, es inútil para solucionar los problemas sociales básicos como el empleo, la alimentación y la salud. Y es así porque está diseñado para servir a la explotación de las grandes mayorías por una minoría ínfima y cada vez más concentrada. Para realizar la transformación del Estado es necesario movilizar y organizar las fuerzas de la clase trabajadora. Como la experiencia es la que enseña, desgraciadamente cada generación tiene que aprender, a costa de su propia sangre las lecciones que hace mucho tiempo comprendieron sus padres y abuelos. El marxismo sostiene que existe un mecanismo mediante el cual las nuevas generaciones pueden aprender estas lecciones de antemano, evitando el ensayo y error, y ahorrándose las penas y molestias de tantos fracasos. Existe, y se llama partido. Un verdadero partido revolucionario debería actuar como la memoria histórica de la clase obrera. Y así lo hizo el partido bolchevique en la Revolución Rusa de 1917, que fue la aplicación práctica de las enseñanzas dejadas por las luchas anteriores, especialmente en Paris de 1871 y en la Rusia de 1905. El anarquismo. Una de las tendencias con las que ha convivido el marxismo desde sus inicios es el anarquismo. Si bien hay coincidencia en la necesidad de abolir el Estado, los anarquistas proponían hacerlo de manera inmediata y voluntarista con un rechazo de toda jerarquía y autoridad. Se oponían a participar de cualquier organización aduciendo que con ello se legitimaba el sistema. Por eso en un principio se negaban a la sindicalización. Luego, ante el fracaso de esas posiciones surgió el anarco-sindicalismo que aceptaba la organización para la lucha económica pero rechazaba la participación política. En esta concepción subyace una subestimación del poder del Estado burgués y de sus fuerzas represivas. Y la esperanza de que el capitalismo permita la existencia de zonas "liberadas" o "espacios alternativos" donde, mediante la difusión de sus ideas, se pueda ir construyendo una asociación libre de productores que rápidamente, con la multiplicación de estos espacios, pueda derrotar al sistema. En los períodos de quietud de las bases la desesperación y la impaciencia los llevaba a los métodos terroristas de atentados individuales. A diferencia del anarquismo, el marxismo no propone la abolición del Estado como una idea abstracta, sino que desarrolla una estrategia para luchar concretamente por su desaparición. Lenin explica que, en última instancia, el Estado burgués se compone de grupos de hombres armados en defensa de la propiedad. Por lo tanto, para derrocar al viejo Estado y superar la resistencia de los opresores, la clase obrera necesita su propio "Estado", es decir, necesita organizarse como un poder alternativo, capaz y dispuesto a hacer frente a la resistencia de la reacción. La experiencia de la clase obrera enseña que sin un partido, o sea sin una fuerte organización que dirija la construcción de un poder alternativo con capacidad para la autodefensa ,es imposible derrotar al Estado burgués. . La Revolución Socialista de Octubre. La primera guerra mundial fue la expresión más gráfica de las contradicciones acumuladas durante todo el período pacífico anterior. Todas las viejas ilusiones reformistas se disolvieron de pronto en las trincheras. Las cuestiones de la revolución, la guerra y el Estado volvieron a ocupar el primer plano. Los horrores de la guerra dieron un fuerte impulso a la revolución, que finalmente estalló en Petrogrado en marzo de 1917. La Revolución Rusa marcó el inicio de un nuevo período, muy diferente al período anterior a la guerra. Por primera vez la clase obrera había llegado al poder, dirigida por un partido marxista con una dirección revolucionaria consciente: el Partido Bolchevique con Lenin a la cabeza. Cualquier análisis revelará que, sin esta dirección y sin un programa científico basado en la teoría marxista, la revolución de Octubre jamás hubiera triunfado. Al igual que Marx y Engels, Lenin no era un utópico. No se basaba en esquemas abstractos, sino en el auténtico movimiento de la clase obrera, en su experiencia histórica y, sobre todo, en aquella página tan heroica e inspiradora: la Comuna de París. Fue precisamente la experiencia de la Comuna la que le permitió a Marx comprender qué forma concreta tendría "la dictadura del proletariado". Hoy, después de la experiencia de los regímenes de Hitler y Mussolini , la palabra "dictadura" ha adquirido unas connotaciones totalmente diferentes a las que tenía en esos tiempos. Marx y Engels tenían en mente el régimen de la República romana que, en tiempo de guerra, por un período temporal, concedía poderes excepcionales al "dictador" para llevar a cabo la guerra. La acusación dirigida contra Marx, Engels y Lenin de que defendían un sistema totalitario es una calumnia grotesca. La lectura de sus obras demuestra que para Marx y Lenin "la dictadura del proletariado" significaba ni más ni menos que una democracia obrera. Lenin era muy consciente del peligro de la burocratización y la tendencia del Estado a alejarse de la sociedad. Gran parte de El Estado y la revolución lo dedica a ese tema. La experiencia de la Comuna nos da la clave para evitarla: limitó el salario de sus representantes a 6.000 francos anuales, más o menos el sueldo de un obrero calificado. Y Lenin, que comprendió perfectamente el peligro de la degeneración burocrática, estableció cuatro condiciones para el Estado obrero ruso después de la Revolución de octubre: 1.Elección libre y revocabilidad de los funcionarios. 2. Los salarios de los funcionarios no pueden ser mayores que los de un obrero calificado. 3. Disolución del ejército profesional permanente y su reemplazo por el pueblo en armas. 4.Las tareas de administración del Estado serán desempeñadas por todos, de forma rotativa: Cuando todo el mundo es un burócrata por turnos, nadie es un burócrata. Este es el auténtico programa leninista para el Estado. Algo más alejado de un régimen totalitario es difícil de imaginar .El aislamiento de la URSS en condiciones de atraso económico espantoso impidió que la clase obrera se mantuviera en el poder, y produjo que el régimen de democracia obrera establecido en Octubre fuese desplazado por el régimen burocrático y opresivo de Stalin. Pero las razones de esta degeneración radican, no en el programa y los métodos del bolchevismo, sino en las condiciones objetivas de un país hambriento y analfabeto con una clase obrera agotada por años de guerra y revolución, y desanimada por la derrota de la revolución internacional. Hacia la extinción del estado. El estado de los trabajadores, organización de la aplastante mayoría de la sociedad, no tiene nada que ver con el viejo y monstruoso aparato burocrático con su ejército de funcionarios. Como explica Engels, "ya no es un Estado, propiamente dicho", sino un "semi-Estado", una organización muy simplificada, basada en la administración democrática directa del pueblo, un Estado cuyo único fin es llegar cuanto antes a su propia desaparición. El Estado se terminará disolviendo en la sociedad, siendo sustituido por una asociación libre de productores. Pero este proceso no es algo arbitrario que se puede llevar a cabo por decreto. El marxismo explica que la fuerza motriz del progreso social es el desarrollo de las fuerzas productivas. La posibilidad real de sustituir los viejos mecanismos de coacción por una sociedad auténticamente libre depende del grado de desarrollo de la industria, la ciencia, la tecnología y la cultura. Sin ir más lejos, la posibilidad física de las masas para participar en la gestión democrática de la sociedad depende de una reducción drástica de la jornada laboral. Mientras la mayoría de la población se vea obligada a trabajar 50 o más horas por semana para poder vivir, la democracia será siempre una ilusión, una formalidad vacía. En semejantes condiciones, como explica Engels, será una minoría la que gozará del monopolio del arte, la ciencia y el gobierno, y siempre lo utilizará en su propio beneficio. Cuando los hombres y mujeres estén libres de las preocupaciones de la lucha cotidiana por la supervivencia, cuando las horas de trabajo se reduzcan a una mínima expresión, sólo entonces las masas dispondrán de las condiciones necesarias para desarrollarse como seres humanos libres. Y será posible la participación de todos en las tareas de administración y gestión de la sociedad, la única manera en que se puede lograr la desaparición del Estado. Por esta razón, y contrariamente a los prejuicios anarquistas, el Estado no se puede abolir por decreto, sino que se disuelve en la sociedad en la medida en que la transformación de las condiciones de vida de las masas lo permitan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario