miércoles, 2 de enero de 2008

Revolución Cubana, días y años de gloria


Por Marta Denis Valle*

La Habana (PL).- El triunfo de la Revolución Cubana y cada uno de sus días y años de transformar sueños y quimeras de justicia en realizaciones sociales, signan una estadía superior en el pensamiento latinoamericano moderno y en la posibilidad cercana de una América nueva.

La construcción de un entorno donde "una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas", frase célebre de Fidel Castro, ha adelantado las bases de un mundo mejor no solo para su pueblo, dado el ejemplo de humanismo y solidaridad.

Ese constituye uno de los más preciados legados, junto a su obra de justicia social, cuando se avecinan cambios radicales en el contexto de las luchas populares en el continente americano.

En el caso de Cuba, la historia estuvo lejos de volar de prisa y cada etapa significó un alto costo de sangre y sacrificio, incluso a partir del triunfo revolucionario, con las miles de víctimas de los ataques terroristas organizados y financiados por Estados Unidos.

Solo en el camino de la lucha insurreccional, unos 20 mil cubanos y cubanas murieron asesinados o cayeron en combate y centenares recibieron terribles torturas desde el golpe militar de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952.

Vencido y desmoralizado el ejército batistiano, se trató de mediatizar el triunfo del Primero de Enero de 1959 con un intento de golpe de estado en La Habana, igualmente tramado por Washington, como ocurrió a la caída de la dictadura de Gerardo Machado, en 1933.

Pero las circunstancias eran distintas y también enorme fue el desbordamiento popular que siguió a la huelga general masiva, convocada por Fidel Castro ese día a las puertas de Santiago de Cuba, y que se extendió hasta la entrada de la Caravana de la Victoria en la capital, el 8 de enero.

Casi medio siglo después, dos condiciones esenciales garantizan la naturaleza y continuidad de la causa cubana: el apoyo sostenido del pueblo y una Revolución concebida para los humildes.

La supervivencia y renovación del proceso revolucionario consiste en el cumplimiento consecuente de algo medular dicho por Fidel Castro, el 26 de julio de 1959, ante una gigantesca concentración campesina en La Habana que apoyaba la Reforma Agraria en marcha desde el 17 de mayo de ese año: "El secreto de nuestra Revolución, de la fuerza de nuestra Revolución, es que volvió sus ojos hacia la parte más necesitada y sufrida de nuestro pueblo, que volvió sus ojos hacia los humildes, para ayudarlos"

El pensamiento de Fidel Castro siempre tuvo en la mira las potencialidades del pueblo, si se le llama a su participación activa, como carta de triunfo ya prevista en el asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953.

"Una vez en poder nuestro la ciudad de Santiago de Cuba, hubiéramos puesto a los orientales inmediatamente en pie de guerra", afirmó ante el tribunal en su alegato de autodefensa conocido por La historia me absolverá.

Allí expresó su confianza hacia los 600 mil desempleados, los miserables trabajadores agrícolas, los obreros, pequeños agricultores y profesionales sin porvenir.

Desde los primeros días del triunfo, se estableció una relación de confianza entre el Comandante en Jefe y la población, a la que nunca mintió y dijo grandes verdades: "… la Revolución será una empresa dura y llena de peligros... la Revolución no se podrá hacer en un día, pero tengan la seguridad de que por primera vez seremos enteramente libres...".

Prometió, en cada momento de peligro, convocar al pueblo -el mejor ejército, capaz de realizar todas las proezas-, cuya promesa cumple desde entonces.

Si existiera una mística respecto a Cuba, es ésta, así como los valores éticos como soporte de la resistencia de los cubanos frente al bloqueo económico de Estados Unidos, la codicia imperial y todo tipo de agresiones.

"Lo único que salva a los pueblos pequeños es la dignidad", dijo Fidel en la cena martiana realizada en La Habana el 27 de enero de 1960, víspera del natalicio de José Martí, inspirador de la nueva generación revolucionaria.

"El rostro ceñudo de Martí y la mirada fulminante de Maceo señalan a cada cubano el duro camino del deber y no de qué lado se vive mejor. Sobre estas ideas hay mucho que leer y meditar", apuntó en su reflexión del 8 de diciembre de 2007, publicada por la prensa nacional.

Del luego lugarteniente general del Ejército Libertador Antonio Maceo, siempre se recuerda en este país su resolución al rechazar, en la Protesta de Baraguá, la paz sin independencia contenida en el llamado Pacto del Zanjón, que puso fin a la primera guerra anticolonial cubana.

*Historiadora y periodista. Colaboradora de Prensa Latina

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