martes, 6 de agosto de 2024

Lunes negro: ¿a qué se debe el colapso de las bolsas?


Caída bolsa de Japón. 

Las bolsas de todo el mundo se estremecieron estas últimas jornadas. Antes del fatídico desplome del lunes ya venían registrando temblores. El viernes inmediatamente anterior las bolsas, en especial Wall Street, tuvieron una caída. 
 El epicentro fue el derrumbe de la bolsa japonesa que superó el 12% en su mayor caída diaria desde 1987, que se recuerda como el mayor colapso histórico de las acciones niponas. Pero la onda expansiva se ha hecho sentir en todas las plazas del mundo: cayeron las bolsas europeas; el S&P 500 retrocedió 3% y, en especial, el impacto se registró en el Nasdaq que agrupa a las acciones tecnológicas que se derrumbaron casi un 5%, cayendo más del 15% desde sus máximos. 
 Varios factores intervienen en este colapso. El primero es la constatación de que la inteligencia artificial (IA), y especialmente la industria de fabricación de chips que la impulsa, han abrigado expectativas exageradas sobre sus resultados. 
 Las mayores oscilaciones en los precios de las acciones estadounidenses se produjeron durante un período de diez días en el que cinco gigantes tecnológicos (Alphabet, Amazon, Apple, Meta y Microsoft) publicaron resultados que sacudieron a los inversores. Incluso Alphabet y Microsoft, cuyos ingresos superaron las expectativas de los analistas, vieron caer sus precios de las acciones al día siguiente de su presentación. Las de Amazon, que no alcanzaron esas expectativas, se vieron mucho más castigadas. 
 El golpe generalizado sugiere que la antigua euforia de los inversores por todo en torno a la IA se está desvaneciendo. Esto tiene un efecto inmediato en cadena para los fabricantes de chips que, si la inversión en IA se reduce, puede que empiecen a encontrar un límite respecto a lo que venían considerando como una demanda ilimitada de sus productos 
 A medida que las empresas tecnológicas se estremecen también lo hacía la economía estadounidense. El reciente informe oficial que se acaba de dar a conocer reveló que la tasa de desempleo subió a un máximo de tres años del 4,3% en julio, mientras que la economía agregó solo 114.000 puestos de trabajo, frente a un pronóstico previo de 175.000.
 La expectativa de un “aterrizaje suave” de la economía norteamericana se hizo trizas y el fantasma de una recesión severa asomo la cabeza, que muchos creían que se había evitado. Esta circunstancia ha empezado a multiplicar los reproches dirigidos contra la Reserva Federal por no haber reducido a tiempo la tasa de interés. 
 Recordemos que Jerome Powell, el presidente de la FED, había descartado tal medida en la última reunión hace solo unos días. Los rendimientos del Tesoro se desplomaron, y la tasa a dos años cayó al 3,9%, más de un punto porcentual por debajo de su nivel a fines de abril. Hace semanas, una reducción de ese tipo en los costos de endeudamiento podría haber impulsado las acciones. Pero ahora los inversores colocan el acento en el impacto negativo que provoca una desaceleración del crecimiento y sus implicaciones para las ganancias antes que en el acceso al dinero más barato. 

 Japón 

Otro factor a tener presente es el fortalecimiento del yen japonés, cuya cotización ha subido en las últimas semanas respecto a una canasta de las principales monedas del mundo a un ritmo sin precedentes en los últimos 20 años. En parte, esto se debe a la decisión del Banco de Japón de aumentar las tasas de interés. Un yen en alza, y más en los ritmos indicados, ha contraído los precios de las acciones japonesas, ya que muchas de las empresas líderes del país, como Hitachi, Sony y Toyota, obtienen sus ganancias en el extranjero en monedas extranjeras. 
 Parte de la caída de las acciones japonesas puede explicarse por este efecto. Pero, además, el desplome de las acciones niponas obedece a que se vino literalmente abajo una bicicleta financiera, alentada por grandes operadores en el mercado, que se apoyaba en un yen débil y una política monetaria relativamente laxa por parte de las autoridades niponas.
 La combinación de ambos factores hizo posible obtener préstamos baratos en yenes, convertir los ingresos a dólares e invertir en bonos del Tesoro, con un rendimiento mucho mayor que el que costaba pagar la deuda (una operación de carry trade). Pero con el aumento de los tipos de interés japoneses y la caída de los estadounidenses, estas maniobras especulativas se pincharon. Peor aún, el rápido fortalecimiento del yen aumenta el coste en dólares de pagar la deuda, empujando la operación a números rojos. 
 Los movimientos violentos de las últimas semanas habrán obligado a muchos inversores a cerrar sus posiciones y posiblemente también a liquidar bonos y otros títulos, lo que aumentará la inestabilidad de los activos nacionales y mundiales. No olvidemos que Japón es el mayor acreedor extranjero de la deuda estadounidense. 
 El hecho de que haya rebotado la bolsa de Japón y se hayan recuperado las bolsas luego del lunes negro no revierte este panorama. Estas oscilaciones que se han registrado en otras crisis en el pasado no disipan la pendiente negativa en que se encuentra sumergida la economía mundial. Aún después de este rebote, el índice VIX, que mide la volatilidad es de 35 (llegó a 43), sigue más que duplicando los niveles que se consideran normales. El índice se conoce como el “medidor del miedo” de Wall Street porque refleja la incertidumbre de los inversores sobre la dirección de los mercados. 

 Inteligencia artificial 

Los factores aquí expuestos dan cuenta de un salto en la crisis capitalista mundial que tienen como telón de fondo las tendencias a la superproducción y superacumulación de capitales, y una declinación de la tasa de beneficios. La economía mundial, pese al rescate sin precedentes del capital puesto en marcha por los estados capitalistas, como consecuencia de la crisis de 2008, no pudo recuperar un dinamismo y vitalidad. Estamos en presencia de un crecimiento anémico estos últimos 16 años. 
 Las esperanzas puestas en la inteligencia artificial no se compadecen con la realidad. Las grandes tecnológicas no logran convencer a Wall Street de que la IA da resultados. 
 Las promesas de avances significativos en inteligencia artificial por parte de Amazon, Microsoft y Alphabet no han satisfecho a los inversores, que expresan su decepción con caídas en las acciones de estas empresas tecnológicas” (Washington Post 3/8). En otras palabras, la inteligencia artificial está lejos de ser el pasaporte a un reverdecer del capitalismo. 
 Ya ocurrió en el pasado con el boom de las punto.com que terminó en quiebras en cadena de empresas volcadas a esa actividad. El potencial que implica la innovación científica-técnica para un salto en las fuerzas productivas choca con los límites impuestos por relaciones de producción fundadas en el lucro. Lo que sucede es que la masa de beneficios aumenta pero en proporción menor a la inversión necesaria para generarlos , lo que provoca un descenso de los niveles de rentabilidad. “Los inversores muestran desconfianza en el retorno de la inversión en inteligencia artificial, afectando a grandes tecnológicos. Para justificar lo que podría ascender a un billón de dólares de inversión en infraestructura de IA en los próximos años, las empresas deben demostrar que la tecnología es capaz de resolver tareas cada vez más complicadas. Debe ir más allá de las mejoras graduales que las herramientas han aportado a profesiones como la codificación y la publicidad” (The Washington Post, idem). 
 No se nos puede escapar además que la inteligencia artificial, en forma aún más exacerbada que otros adelantos, tiende a reemplazar la mano de obra y, por lo tanto, socava la fuente de los beneficios que provienen de la explotación del trabajo humano y la apropiación del trabajo ajeno de los trabajadores.
 La onda negativa afecta también a los fabricantes de chips. Las acciones de Nvidia Corp. cayeron un 6,7% el jueves y cayeron más del 3% en las operaciones previas a la apertura del mercado el viernes antes de que abrieran las bolsas de Nueva York. SK Hynix Inc., el principal proveedor de chips de memoria para IA, cayó un 10% en las operaciones de Seúl el viernes, parte de una caída más amplia en las acciones relacionadas con semiconductores en Asia, incluidas Taiwan Semiconductor Manufacturing Corp. y Samsung Electronics Co. Las empresas que producen equipos para fabricar chips, incluidas ASML Holding NV y Tokyo Electron Ltd., también cayeron. Por otro lado, Intel Corp ha tenido su peor caída de las acciones en casi un cuarto de siglo.

 Perspectivas

 Mirado de conjunto, la envergadura de la hecatombe actual indica dos cosas; primero, que no estamos frente algo pasajero, a un “reacomodamiento de precios” de activos como sugieren algunos analistas y en segundo lugar que no marchamos a un declive sereno como auguraban mayoritariamente hasta ayer los círculos de negocios y de poder mundiales, sino a una crisis convulsiva, atravesada por quiebras, bancarrotas, defaults corporativos y soberanos, que implican cierres, reducción de personal y rebajas salariales. Intel acaba reanunciar la cesantía del 15% de su plantel. 
 Un elemento que no puede obviarse y que potencia la crisis es el alto apalancamiento que ha alimentado la expansión de las bolsas. Las acciones han sido puestas en garantía para obtener préstamos y con esos fondos comprar más acciones, lo que ha hecho que la corrida sea más pronunciada. Este hecho ha provocado la paradoja que ni siquiera los activos que funcionan usualmente como refugio en los momentos de pánico se hayan apreciado. Incluso el precio del oro se desplomó el 2 de agosto, con una caída de más del 2% desde el máximo hasta el mínimo. 
 El oro suele ser una protección contra el tipo de caos que se respira ahora mismo. El hecho de que su precio se haya reducido sugiere que los inversores pueden haber estado vendiendo no porque quisieran, sino porque tenían que recaudar efectivo rápidamente para hacer frente a las fuertes pérdidas la necesidad de hacer frente a las deudas que han contraído. Existe el riesgo de que se produzcan otras ventas forzosas y un círculo vicioso que se refuerce a sí mismo. 
 Lo que agrava la situación es la inestabilidad política. Lejos de haber una coordinación entre los estados para enfrentar la crisis, asistimos a un cuadro dominado por la guerra comercial y la guerra misma y un agravamiento de las tensiones internacionales e internas. 
 Ni que hablar del impacto del desplome tiene de la periferia y por supuesto en Argentina. No es exagerado afirmar que los acontecimientos económicos mundiales afectan la línea de flotación de la política del tándem Milei-Caputo. Los esfuerzos del gobierno por atraer inversiones, ya sea por medio del Rigi o el blanqueo, se hace más improbable en momentos en que el capital privilegia refugiarse en colocaciones seguras (“flight to quality”) y necesita hacer frente, por sobre todas las cosas, a las deudas que han contraído. Las tendencias recesivas, por otro lado, están provocando un descenso de los precios de diversos commodities ,como la soja y los granos. Asimismo, la propia recesión norteamericana y la necesidad de atender los desequilibrios internos hace todavía menos probable el auxilio norteamericano que espera Milei, especulando con un triunfo de Trump. Días atrás, Caronte, ex secretario del BID y hombre cercano al magnate estadounidense, salió al cruce contra las expectativas de fondos frescos a los que apuesta el líder libertario.
 Es necesario que los trabajadores sigamos con atención la evolución de la crisis capitalista mundial, la cual es el caldo de cultivo para la crisis por arriba, las crisis políticas nacionales e internacionales pero también para que germine la intervención popular. Argentina no es una excepción. En el marco de este escenario convulsivo que impacta de lleno a nuestro país es necesario ir haciendo madurar las condiciones para una salida de los trabajadores a la crisis nacional. 

 Pablo Heller

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