domingo, 11 de agosto de 2024

Caso Alberto Fernández: el peronismo tramita su propio encubrimiento


Las denuncias contra Alberto Fernández han despertado en las últimas horas un furioso “deslinde” por parte de los principales dirigentes del peronismo, comenzando naturalmente por Cristina Kirchner. El propósito de esta operación es aminorar los daños de una debacle política, que el escándalo de estas horas no ha hecho más que poner de manifiesto. Una ladera de la ex presidenta, la intendenta quilmeña Mayra Mendoza, ha llegado a afirmar que Cristina sería otra “víctima de género” del ex presidente, por las agresiones verbales que le habría propinado en privado. Es una forma grosera de encubrir la responsabilidad política de la ex presidenta en la designación de Alberto Fernández y en su gestión de gobierno. 
 Cristina podía desconocer la intimidad familiar de su compañero de fórmula, pero conocía demasiado bien la trayectoria política y personal del candidato que ungió. 

 De menemistas a “nacionales y populares” 

Alberto Fernández fue miembro destacado de un elenco de carreristas políticos criado en el PJ de la Capital, que debutó en el menemismo para pasar a revistar en las filas “nacionales y populares” después del Argentinazo y de la bancarrota de 2001. Naturalmente, a la cabeza de esta reconversión estaba el propio matrimonio Kirchner. En su tuit de estas horas, Cristina señala que “Alberto no fue un buen presidente”, e incluye en esa categoría a Macri y a De la Rúa. Pero no a Menem, con quien el matrimonio K cogobernaba desde Santa Cruz en los años noventa. 
 Bajo el menemato, Alberto se destacó como funcionario y lobbysta de la privatización de las jubilaciones y de los “riesgos del trabajo”, un hilo conductor que, de acuerdo al juicio que hoy se tramita en los tribunales federales, jamás abandonó. En ese vínculo permanente con bancos y aseguradoras, Fernández fue y vino de los Kirchner, pero nunca se alejó de los pasillos del capital financiero. Cristina Kirchner no eligió a Alberto como candidato a pesar de esta trayectoria, sino precisamente por ella. El gran cometido de la “Unión por la Patria”, después de la debacle financiera de los Macri-Caputo-Sturzenegger, era juramentarle a los acreedores internacionales el compromiso de pago de la deuda pública, incluso con una reestructuración mediante. Días después de haber sido ungido por Cristina, AF protagonizó un encuentro con los principales agentes de los fondos internacionales en la Argentina, donde se comprometió a “honrar” la deuda. Ni la pandemia impidió que los Fernández y Guzmán pusieran en marcha un canje que obliga a Argentina a compromisos de pago de 20 a 25.000 millones de dólares de capital e intereses a partir de 2025. No conforme con ello, la pandemia fue el pretexto para que el gran capital nacional y extranjero recibiera del gobierno de los Fernández un generoso rescate del Tesoro y del Banco Central. Con esos recursos, la gran burguesía fugó del país 40.000 millones de dólares, tres años de balance comercial positivo. El pueblo pagó ese salvataje con miseria social, inflación, mayor precarización del trabajo. El fascismo libertario echó cría sobre este fantástico rescate del capital a costa de las masas. Fernández no fue un exabrupto: fue un producto político “genuino” del pejotismo y del kirchnerismo. 

 El palacio y la choza

 Cristina Kirchner separa esta historia de negociados y rescates del episodio “de género”, y apela para ello a un expediente curioso - la “sororidad”. La ex presidente se conduele de “la situación de la mujer en cualquier relación”, (sea) “en el palacio o en la choza”. Y viene a descubrir que “la violencia a la mujer atraviesa a la sociedad en todos sus estamentos”. Es un modo sibilino de despojar al episodio Fernández de sus raíces políticas y sociales, y transformarlo en un exabrupto propio de la naturaleza humana. A despecho de lo que afirma CFK, la violencia doméstica no se sustrae de los antagonismos sociales; por el contrario, se encuentra vertebralmente atravesada por ellos. La violencia doméstica en “la choza”, o en la barriada, tiene como telón de fondo a la miseria social; a la familia obrera cruzada por el hacinamiento habitacional; el desempleo o, alternativamente, las jornadas laborales agobiantes. Naturalmente, esa violencia debe ser combatida y superada, en primer lugar, por medios políticos, convocando al hombre y a la mujer trabajadores a batallar por la superación del régimen social partero de la violencia en todos los órdenes.
 Del otro lado, la violencia del “palacio”, la de los círculos del capital y sus comisionistas, es la violencia que se oculta con vastos recursos, dirigidos a comprar impunidad. Hasta donde le es posible, el silencio sobre los escándalos y crímenes se cotiza con la misma lógica de las acciones o títulos de deuda. La violencia doméstica de “los de arriba” es un episodio de la violencia social que se ejerce desde el Estado o la gran corporación. Sus responsables son protegidos por el propio aparato estatal, hasta que ese aparato se fractura en torno de los intereses y camarillas que lo sostienen. En un peronismo en picada libre, en la fila de las tropelías de género se anotan José Alperovich, Fernando Espinoza y Martín Insaurralde, sólo por nombrar a los más notorios.
 En cuanto al caso de estas horas, Fabiola Yáñez acaba de denunciar que “unos cuantos conocían” las circunstancias que envolvían a su crisis familiar. Ahora, es defendida por Mariana Gallego, esposa de un abogado mediático que pasó por las filas del massismo, y ahora no oculta su simpatía por el gobierno de Milei. El escándalo personal de Alberto Fernández ha pasado a ser una pieza de la crisis política. 

 Implicancias políticas 

El caso Fernández ha puesto de manifiesto una implosión del peronismo que, naturalmente, lo precede. La renuncia de Fernández a la presidencia del PJ abre una pelea sucesoria que pondrá todavía más al rojo vivo esa disgregación. A nadie escapa que, con este escándalo, el gobierno de Milei ha recibido un billete premiado, el cual no debe a ningún mérito propio sino al derrumbe de los bloques políticos que lo precedieron. El enorme impacto popular de este bochorno en desarrollo, sin embargo, no le añade ninguna salida a las agudas contradicciones que enfrenta el régimen libertario. La mujer de los barrios que contempla azorada el rostro tumefacto de la ex primera dama, es la misma que asiste a un comedor popular desabastecido de alimentos. Los universitarios, los aceiteros, los petroleros no dejarán de salir a luchar contra la confiscación de sus salarios. 
 Pero el episodio de Fernandez sí refuerza una cuestión que debe ser intensamente debatida en estas horas entre los trabajadores: la lucha inevitable y encarnizada contra el gobierno de Milei-Caputo no puede ni debe cargarse con la hipoteca de un aparato político y sindical en descomposición, aunque continúe invocando la retórica “nacional y popular”. Las luchas extraordinarias que se vienen deberán reposar sobre nuevas bases.

 Marcelo Ramal 
 10/08/2024

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