jueves, 27 de septiembre de 2018

Brasil, en vísperas de las elecciones



Jair Bolsonaro (PSL), Geraldo Alckmin (PSDB), Fernando Haddad (PT), Marina Silva (Rede), Ciro Gomes (PDT), los principales candidatos

Cuando faltan apenas diez días para las elecciones presidenciales, los sondeos en Brasil colocan primero a Jair Bolsonaro en las intenciones de votos (33%) y a Fernando Haddad (23%), del PT, en segundo lugar. El delfín de Lula viene subiendo en las encuestas, desplazando a sus otros contrincantes y consolidándose como el rival del candidato ultraderechista para una segunda vuelta.
Este cuadro de situación ha encendido las luces de alarma de la clase capitalista. No es el escenario al que aspiraba el mundo financiero uno en que la batalla se dirimiría entre la extrema derecha y el PT, cuando se viene de haber impuesto la proscripción de Lula. Gerardo Alckmin, el candidato preferido por el establishment, está relegado en las intenciones de voto y todo indica que ha quedado definitivamente excluido de una chance electoral.
Aunque este escenario ha creado un nerviosismo en los mercados -con una fuerte devaluación en curso- entre las dos candidaturas en pugna la burguesía se estaría inclinando por el candidato del PT, quien, tomando los dichos de un director del Banco Central Brasileño, ex Citibank y ex HSBC, Luis Eduardo Assis, “Tiene más condiciones de conquistar los ánimos del mercado y es más ‘flexible’ a las demandas del capital financiero y empresarial” (Clarín, 15/9).
No es el caso de la candidatura de Bolsonaro. El ex capitán de navío es visto como un elemento provocador y aventurero, de características fascistizantes e imprevisibles. Algunos temen que Bolsonaro termine siendo un Erdogan brasilero, haciendo un paralelismo con el presidente turco. The Economist (21/9) viene de bajarle el pulgar al militar retirado y advertir que un triunfo de éste podría ser “desastroso” para Brasil y a escala global. Por otra parte, Bolsonaro se ha caracterizado por sus expresiones misóginas, xenófobas contra los negros y de exaltación de la dictadura militar, lo que ha despertado un rechazo en sectores amplios de la población, empezando por los movimientos de la mujer.
Bolsonaro está tratando de atenuar ese recelo y seducir al capital. Plantea “extinguir” y “privatizar gran parte” de las empresas estatales del país, si sale vencedor. Pretende trasmitir la señal de que no vacilará en llevar un ajuste en regla y abrir un nuevo ciclo de negocios para la burguesía.
Pero esto no le ha alcanzado para ganarse los votos del capital. Han quedado bien registradas las palabras del ex jefe de Estado Fernando Henrique Cardoso y líder del PSDB, aliado de Temer, quien señaló: “Entre Bolsonaro y Haddad, el PSDB debe votar por este último”.

EL PT

El delfín de Lula, a su turno, señala que va a derogar el congelamiento del gasto público establecido por Temer y que no va a convalidar algunas de las privatizaciones pendientes de resolución, como la fusión de Embraer con Boeing. Pero ya Dilma, al final de su mandato y con la esperanza de salvar su presidencia, estuvo dispuesta a avanzar en el desmantelamiento de Petrobras y entregar los yacimientos ‘presal’ a la explotación directa de los pulpos petroleros extranjeros. Por lo pronto, el PT va aliado en 15 estados con partidos que apoyaron el juicio político de Dilma e integraron el gobierno de Temer. Por otra parte, la presidenta del partido, Gleisi Hoffman, viene de pronunciarse en favor de una reforma jubilatoria. El PT no va a sacar los pies del plato y va por la agenda que reclama la clase capitalista, ajuste incluido, lo cual no puede extrañar a nadie: el PT gobernó con el PMDB de Temer, gestionó durante catorce años los negocios del capital, inició el ajuste en 2014/16 y piloteó los negociados de todas las constructoras brasileñas a lo largo de América Latina y más allá.
Además, el PT asumiría extremadamente devaluado, con la carga de haber sido incapaz de frenar el desplazamiento de Dilma y, ahora, la proscripción de Lula. Haddad, que ni siquiera cuenta con el carisma y popularidad de su jefe político, deberá gobernar a través de compromisos con los partidos aliados. Pero también con el PMDB de Temer y con el PSDB, que hoy integran la coalición gobernante; por las Fuerzas Armadas que han venido ocupando un lugar más gravitante en la escena nacional, y la Justicia cómplice, cuya ofensiva ha sido clave para hacer pasar el golpe parlamentario, así como la detención y el veto a Lula.
Está en duda la capacidad de Haddad para pilotear una crisis de la envergadura que enfrenta Brasil y establecer un arbitraje sobre las masas. Entramos en un escenario tormentoso que tiende a agravarse, más teniendo en cuenta el desarrollo de la crisis capitalista internacional, que viene golpeando de lleno a los países emergentes. “El destino de Haddad puede acabar siendo el mismo que recorrió Dilma Rousseff. Recordemos que el respaldo inicial de la ex presidente se disolvió hasta casi extinguirse con el resultado conocido del impeachment de 2016 en versión brasileña” (Clarín, ídem).

Independencia de clase

Si tenemos en cuenta la totalidad de este panorama, con más razón, se coloca al rojo vivo la cuestión de la independencia política de los trabajadores.
El seguidismo al PT, en nombre de la batalla contra la derecha, es un callejón sin salida. Es necesaria una firme delimitación político-programática del nacionalismo de contenido burgués, impulsar la lucha e intervención independiente de los trabajadores y la construcción de partidos obreros revolucionarios. Y dar los pasos para convocar a un Congreso nacional de trabajadores, para aprobar un programa de la clase obrera frente a esta crisis histórica y organizar la resistencia del pueblo explotado al ajuste capitalista y transformarlo en alternativa de poder.

Pablo Heller

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