viernes, 20 de mayo de 2022

Qué expresa el crecimiento de Milei


Un aporte al debate precongresal.

 Un dato insoslayable de la situación política es el crecimiento de la intención de voto de Javier Milei. A diferencia de quienes relativizan ese crecimiento, advirtiendo que no deben confundirse los guarismos que arrojan las encuestan con un resultado consolidado de una elección, o de otros que señalan que estamos ante un fenómeno instrumentado por los medios de comunicación, el documento político del XXVIII Congreso del Partido Obrero analiza a fondo este crecimiento, hurgando sobre la realidad de clases que refleja y desarrollando una orientación para enfrentarlo. Se trata de una decisión correcta y seria. 
 Ya en la campaña electoral del 2019 nos destacamos por ponernos a la cabeza de la denuncia de los mal llamados “libertarios” mientras el resto de las fuerzas políticas miraba para otro lado. Después de todo, siempre es mejor curarse en salud y enfrentar a las formaciones políticas reaccionarias sin vacilaciones, incluso a riesgo de cometer “exageraciones”. La pretensión del “justo medio” debemos dejársela a los observadores pasivos, ya que no es buena consejera para la militancia, y mucho menos para la que desarrollan los partidos revolucionarios. 

 Crisis de la derecha

 Si bien es cierto que el crecimiento de personajes como Milei es un fenómeno internacional, también lo es que en cada país donde dicho crecimiento se verifica recoge elementos propios que deben ser precisados en un análisis. En el caso de la Argentina podemos afirmar que el salto en la consideración pública de Milei es el resultado directo del fracaso del gobierno de Macri. Para la derecha, que había logrado llegar al gobierno por medio de las elecciones y no de golpes militares, la administración de Macri era la oportunidad para llevar adelante una ofensiva contra los trabajadores, eliminando los derechos laborales y previsionales, terminar con la asistencia social y aplicar un programa basado en la inversión extranjera directa y el ingreso de capitales. 
 Ese programa fue el que Macri intentó aplicar, pero terminó en un fracaso rotundo. El ingreso de capitales no derivó en inversiones significativas, sino que se limitó a una especulación de corto plazo que agravó el endeudamiento público y privado, y que al invertirse el ciclo a mediados de abril del 2018 produjo una estampida que derribó el valor del peso mediante una devaluación muy significativa que llevó la inflación por encima del 50% anual. Su intención de terminar con los derechos laborales y previsionales chocó con la resistencia popular, por lo que tuvo que contentarse con robarles un trimestre de inflación a los jubilados. El temor a un estallido social lo llevó a incrementar la cantidad de planes, aun en una proporción mayor a la del kirchnerismo. El préstamo de más de 50.000 millones de dólares del FMI tampoco funcionó ni como recurso de emergencia. Los fondos se fugaron ni bien entraron, y Macri perdió las elecciones por amplio margen. 
 Para una parte importante de la derecha el fracaso de Macri se debió a que en vez de jugarse a fondo en aplicar su programa hizo “gradualismo” en el terreno económico y pactos con el peronismo en el terreno político. Javier Milei se destaca entre la legión que hace este tipo de críticas, entre los que se encuentran dirigentes del PRO como Patricia Bullrich y llamativamente el propio Macri. Estos “halcones” del PRO son los que defienden un acuerdo electoral con los “libertarios” para el 2023, y prometen que de llegar al poder aplicarán todo su programa en los primeros días de su gobierno. Milei explota este fracaso y apunta su crítica a la pata radical-coalición cívica de la coalición macrista, y especialmente al sector de Larreta-Vidal dentro del PRO. A ellos los responsabiliza por aplicar una política que él denomina socialdemócrata o directamente socialista. Como se ve, en su rol de agitador Milei no se atiene al menor rigor teórico y hasta desafía el sentido común más elemental (“Larreta socialista”). 
 Si Milei es el resultado de la crisis de la derecha, es lógico que su crecimiento sea a expensas de ella. Todas las encuestas coinciden en que los votos que obtendría en una elección provienen mayormente de Cambiemos. Así las cosas, si el crecimiento de Milei se confirma en la elección del 2023 podría perjudicar el triunfo de algún candidato del macrismo y frustrar así la variante principal de la burguesía y del Departamento de Estado para ejecutar un recambio ante el fracaso evidente del Frente de Todos.
 La cuestión sin embargo no se agota acá. Milei puede complicar un triunfo de la derecha, pero está lejos de ser él mismo una alternativa de poder para la clase capitalista. Para ello debiera presentar una fuerza nacional de la que carece y que no podrá estructurar sin apelar a las viejas estructuras políticas que dice combatir. La otra alternativa sería una variante bolsonarista en acuerdo con las FF.AA., que es compatible con la presencia de los defensores de genocidas en sus listas, como explicamos más adelante, pero no con la ubicación que tienen las FF.AA. en la conciencia popular argentina asociadas no solo a sus crímenes y entrega nacional sino al desastre de Malvinas. De acá se deduce que el escenario más probable es que en los próximos meses se desarrolle una fuerte presión para acercar posiciones con sectores del macrismo, sea para participar de la interna de Cambiemos o eventualmente para una reconfiguración política nueva que surja a partir de una fractura de la alianza macrista y hasta del mismo PRO entre el ala de Macri y de Larreta. Aunque esta última variante no sea hoy la más probable no se la puede descartar en absoluto dado el crecimiento de los choques internos existentes. En cualquier caso, importa destacar acá que las vicisitudes de la candidatura de Milei estarán atravesadas por la lucha de clases, crisis política y las presiones de la clase capitalista por estructurar una alternativa de recambio. 

 La casta 

La emergencia del fenómeno de Milei está determinada por el fracaso del macrismo en el gobierno, pero se conecta también con la crisis del régimen en su conjunto. Las crisis recurrentes y cada vez más profundas, el marcado deterioro de la situación social que abarca a sectores sociales más amplios, la inflación persistente que desorganiza la economía y condena a la pobreza a millones, el salto en el endeudamiento nacional y las medidas improvisadas que se aplican han incrementado la bronca de la población hacia todo el régimen político. En Argentina todas las clases sociales demuestran su disconformidad con la situación. Los trabajadores y los sectores populares porque sufren en carne propia la pobreza, la precarización del trabajo, la crisis habitacional, educativa y sanitaria. Y en los sectores capitalistas porque, aunque en muchos períodos obtengan ganancias significativas, son conscientes que el régimen no tiene sustentabilidad. Los capitalistas muestran su disconformidad llevando adelante una fuga de capitales récord y una huelga de inversiones, que traduce la caída de la tasa de beneficio como tendencia general, aunque haya ganancias extraordinarias de ramas y grupos por circunstancias excepcionales como los altos precios de los cereales, metales, etc. 
 Luego de la crisis del 2001, que marcó la salida de crisis de la convertibilidad, toda la clase capitalista que había apoyado las privatizaciones menemistas reclamó la intervención del Estado para evitar su propia bancarrota. A la burguesía nacional que se había endeudado en dólares se la beneficiaba pesificando sus pasivos. A los bancos que se habían apropiado de los depósitos de los ahorristas el gobierno les entregaba títulos de deuda para compensar las pesificaciones. A las empresas concesionarias que se habían apropiado de los servicios públicos y habían embolsado tarifas en dólares en los ’90 se las compensaba con subsidios millonarios aportados por las arcas del Estado. Hasta a los acreedores internacionales se les reconocía bonos en default entregándosele nuevos títulos que aun con quitas registraban un valor superior al que ellos los habían adquirido originalmente. En el plano del discurso ideológico este cambio impuesto por la crisis se expresó en una revalorización del Estado. Los que habían apoyado en el llamado “ciclo neoliberal” ahora clamaban por el “Estado presente”. Para los sectores populares ese “Estado presente” sin embargo era mucho más amarrete. Como mucho se expresaba en planes sociales de miseria, que servían como malla de contención para evitar una nueva rebelión popular del tipo de diciembre del 2001. Esa intervención del Estado para salvar al capital fue posible mientras existían los recursos fiscales para ello. Pero pasado un período las cajas se fueron agotando y el kirchnerismo echó mano a la Anses y al Banco Central. Cuando eso ya no alcanzó la emisión se fue transformando en una de las formas principales de financiamiento del Estado junto con la colocación de nuevos bonos de deuda y la creación de más impuestos. El macrismo, que había prometido terminar con eso, repitió más o menos el mismo libreto, con el agravante de incrementar la deuda en dólares a niveles récord y pedirle al FMI el mayor préstamo otorgado en su historia. 
 Si la caída de De la Rúa expresó tardíamente el agotamiento del menemismo y de la convertibilidad, la crisis actual muestra el agotamiento de los recursos usados por la burguesía y sus gobiernos para la salida a la crisis del 2001. En el plano ideológico asistimos otra vez a un cambio sustancial. El llamado “Estado presente” que se convirtió en eslogan luego del 2001 se revela para una parte importante de la población como el responsable de una crisis de fondo y, más aún, como una treta de una casta política enquistada en ese Estado en beneficio propio. “Estado presente” son más impuestos, más corruptela, más medidas intervencionistas que en muchos casos desorganizan más el proceso económico. El éxito de la campaña de Milei contra la llamada “casta política” recoge esa visión de una parte de la población y explota a fondo los prejuicios existentes. 
 Hay que decir que el ataque contra la “casta política” no es una originalidad de Milei. En España, por ejemplo, lo explotó Podemos de Pablo Iglesias hasta que sus dirigentes se integraron ellos mismos a esa “casta” maldita. Aun con las diferencias del caso entre Milei y Podemos, que existen y no son para nada menores, el ataque a la “casta” parte de lo que tienen en común: que ninguno cuestiona el sistema capitalista en su conjunto sino solo a una de sus manifestaciones. En el caso de Milei la “casta” sería la gran beneficiada de la sociedad, mientras todas las clases sociales deben tributar para ella. El discurso maniqueo busca presentar un interés común entre los trabajadores y los capitalistas, afirmando que todos son víctimas de la “casta”. Así, los capitalistas en vez de clase dirigente y dominante se convertirían en una clase dominada y dirigida por una “casta” con intereses propios. Esta distorsión de la dinámica real de la sociedad capitalista está en la base del discurso de Milei. 
 El editorialista de La Nación Carlos Pagni caracterizó a la situación política como una crisis del centro político que fuga por derecha y por izquierda. Por derecha cuestionando la “casta política”, por izquierda cuestionando el sistema. Sin entrar en las asimetrías de una fuga y otra, la descripción es estrictamente cierta. El punto crucial es que no hay “casta” sin este sistema, que la “casta” es el resultado del sistema, está al servicio del sistema y es financiada por el sistema, como lo demuestra la condición del propio Milei, alto asesor financiero del grupo Eurnekian, lo que le permite sortear la dieta de la “casta” cada mes, transmitiendo la más elitista de las ideas que es aquella que reserva la política a quienes tienen “haciendas para financiarse”. La llamada “casta” es inherente al capitalismo, que se distingue de regímenes de dominación previos (feudalismo, esclavismo, etc.) en el hecho de que los propietarios de los medios de producción dirigen el Estado no de modo directo sino indirecto. El manejo cotidiano es tercerizado en la llamada casta política. Esto sucede tanto en las dictaduras como en las democracias. En este último caso el perfeccionamiento del Estado capitalista pega varios saltos, ya que esa “casta” aparece como la expresión general de la voluntad popular, ocultando el carácter de clase del propio Estado. 

 Gabriel Solano

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