lunes, 16 de julio de 2018

El caso Pity Álvarez: “en mi vecindario todo esto es cierto”



La detención de Pity Álvarez, luego de haber disparado letalmente contra un hombre, puso de manifiesto el hundimiento del músico en la descomposición social que él mismo supo describir con tanta lucidez en sus canciones.
Álvarez se mantuvo prófugo durante varias horas, al cabo de las cuales confesó ser el autor del crimen y se entregó. Ese lapso fue suficiente para que los medios de la burguesía se sirvieran de la situación para arremeter contra lo que llamaron “una vida de excesos” y calificar el episodio como una conclusión “inevitable”. Así el tratamiento del caso, construido alrededor de la cada vez más rentable figura de un supuesto “marginal”, permitió, por unas horas, distraer la atención respecto de las tensiones de un régimen en picada.
El derrotero del Pity Álvarez fue velozmente atribuido a “un individuo que se droga”, pero ocultando todo el circuito que conduce a ese consumo. El narcotráfico se halla en la cumbre de los negocios capitalistas y cuenta con la mayor complicidad y participación de las fuerzas represivas del Estado. Pero en el plano mismo del consumo, y como bien escribió una militante, “refleja una cotidianeidad: la de un montón de pendejos y pendejas consumidos por la mierda cotidiana en donde la mayoría NO tiene acceso a ningún tipo de recuperación, ni de trabajo, ni ellos, pero tampoco la familia, ni nadie de su entorno”.
Justamente, fue el agudo retrato de esta realidad en crisis el que explica el lugar conquistado por Pity en una juventud que sufrió los estragos de los gobiernos ajustadores, primero en los ’90 con su banda Viejas Locas y, tras su separación en el 2000, a la cabeza del grupo Intoxicados –muchos de quienes protagonizaron la rebelión de 2001 lo llevaban en sus auriculares. Con una música que se referenciaba en los Rolling Stones y se extendía al reggae, el rap y el pop, Álvarez produjo lúcidos y descarnados retratos de la vida obrera como Homero (“Homero está cansado, come y se quiere acostar, vuelve a amanecer y entre diario y mates se pregunta ‘cuánto más’”) y de la violencia social y la soledad que hacen menester el alivio romántico (“después de tanta violencia/todos necesitamos un poco de amor” cantaba en Una piba como vos).
Incluso su visión de la droga fue contradictoria, entre la adoración (“de la tierra crece hierba santa”) y el alerta (“Si le tienes miedo/no la veas más/no es la solución/sólo son problemas/y cuanto más sigas/más te va a costar”), encarando incluso su papel como sustituto venenoso de un bienestar inalcanzable: es el caso del Chico de la Oculta (en referencia a la villa porteña), que “está dado vuelta en un zanjón/aspirando las pequeñas cosas/que la vida no le dio”.
Alrededor de ese mismo tópico, en su canción de 2003 Una vela pintaba la precarización de la vida de las capas más explotadas y marcaba a la violencia social y el gatillo fácil policial como la norma del “vecindario”. Quince años después -tras la militarización de las villas, los planes asistenciales retratados como panaceas, “la vuelta de la política” post 2001 y la “normalización de las instituciones”- ese derrumbe social continúa y se agrava.
Es este telón de fondo el que se busca enterrar cuando se habla del episodio del Pity Álvarez como “hecho inevitable” y se lo restringe a la historia individual. A contrapelo de ello, la juventud, los trabajadores y trabajadoras de los barrios, deben oponerle una y otra vez su organización y su lucha a la única descomposición inevitable, la de un régimen social –el capitalismo- que ya hace mucho no tiene nada que ofrecer.

Tomás Eps (@tomaseps)

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