domingo, 22 de mayo de 2016

Macri, el espíritu de Adam Smith y el país real



Cresta Roja y un veto a favor del gran capital. Los aplausos que nunca se escucharon. La libertad y el Estado para Cambiemos. Detrás de las palabras, el país real.
Macri, el espíritu de Adam Smith y el país real.

Nadie aplaude entre los trabajadores. Están ahí, detrás de Macri y Vidal, como una suerte de decorado blanco con algún movimiento. No aplauden el anuncio del veto a la ley antidespidos. Se escuchan -aunque no se ven- algunas pocas palmadas. Macri y Vidal sonríen. Y mucho.
Si no hay aplausos es porque no hay mucho que festejar. Pocas horas después de que Macri abandone la planta, los obreros harán asamblea. Discutirán la situación de los salarios, aún poco clara.
En ese contexto, el discurso alegre y “lleno de confianza” de Macri no puede menos que haber resultado ofensivo. Ahí, seguramente, hay que buscar algunas de las razones de la ausencia de aplausos.

(Neo) liberalismo en estado de pureza

Como si el espíritu de Adam Smith -o algunos de sus malos epígonos hubiera corregido Karl Marx- sobrevolara Esteban Echeverría, Macri se vio envuelto en las banderas del liberalismo más puro.
“Seguimos en un debate que lleva años (…) los que nos gobernaron hasta hace poco piensan que como modelo de nuestra economía, como modelo de nuestras vidas, tiene que haber un Estado que nos someta. Porque ellos creen que los argentinos no podemos vivir en libertad”.
La única “libertad” en juego es, en este caso, la libertad de despedir. Macri propone que el empresariado sea “libre” de -cuando lo desee o lo requiera- “dejar libre” al trabajador, hacerlo cesar en sus funciones, quitarle la posibilidad de llevar el sustento al hogar, echarlo. Esa libertad es la única esencial para el capital. La libertad de disponer de la vida y el tiempo de la clase obrera a su antojo.
Lo saben bien los trabajadores de Cresta Roja, que sufrieron a una patronal vaciadora y ahora soportan otra que impone bajas salariales y límites en el reingreso. Todo bajo la “libertad” que les otorgaba ayer el kirchnerismo y hoy el macrismo.
Para los trabajadores el concepto suena vago, abstracto. La libertad es siempre más una aspiración que una realidad. Dentro y fuera de la planta. No se trata solo de los obreros de Cresta Roja, sino del conjunto de la clase obrera, de esos “esclavos modernos” como los denominara Marx.
No se elige firmar libremente un contrato de trabajo precario. No se elige cobrar el salario en cuotas. No se opta voluntariamente por vivir con mucho menos del costo de la canasta familiar. Es la presión del desempleo la que obliga.
Hace poco más de un mes, José Natanson, escribía en El Dipló Argentina que el discurso macrista sobre los “emprendedores” tenía un interlocutor circunscrito a las clases medias altas y a la propia burguesía. Recojamos el concepto. La idea de libertad que Macri descerrajó en cadena nacional este viernes está limitada a las necesidades del gran capital. Todo lo demás es un (mal) adorno discursivo.

“El Estado soy yo”

Si el discurso sobre la libertad está tejido en función del carácter de clase de Macri y sus congéneres, las críticas al Estado “omnipresente” deben leerse bajo la misma lupa.
Ayer el Estado no sometió sino que “se” sometió a los designios del gran capital. El veto fue empujado y pedido por las grandes asociaciones empresarias de manera pública y obscena. Aquellos que trinaron contra la “intervención estatal” fueron quienes festejaron los decretos que eliminaron las retenciones en casi todos los rubros. Allí, el Estado fue obsequioso regalando millones de dólares. Contra esa intervención no hubo reclamos ni críticas.
Para el pueblo trabajador el “sometimiento del Estado” toma otros contornos. Se hace presente en las razzias policiales sobre los barrios pobres, en el gatillo fácil, en la protección a las mafias de todo tipo. Se hace presente, también, en la represión a la protesta social. Lo saben muy bien los trabajadores de Cresta Roja, duramente reprimidos en las primeras jornadas del nuevo gobierno. Lo vieron también, ayer por la mañana, los judiciales que reclamaban en las afueras de la planta avícola, con una hilera de gendarmes bien pertrechados frente a ellos.
Como Luis XIV, la clase capitalista proclama “el Estado soy yo”.

Regresiones y realidades

El discurso (neo) liberal de Macri suena como música para los oídos del gran capital. Es la misma melodía de Menem en los (ya lejanos) años 90. Pero la “teoría del derrame” tiene en su contra el estruendoso fracaso de aquellos años. Un cierto olor a óxido se percibe en el aire. En un mundo convulsionado por la crisis capitalista, ese discurso está lejos de sostenerse indeleble.
Hay que incluir aquí el debate sobre si el macrismo expresa una nueva derecha o la vieja derecha liberal. Podría afirmarse que se trata de la vieja derecha pero limitada por la relación de fuerzas realmente existente entre las clases. Allí hay que buscar sus rasgos de “novedad”, más impuestos que elegidos.
Pero como dice Paula Varela en el último número de la revista Ideas de Izquierda, aquel que considere que se puede “volver a los 90” sin grandes derrotas de la clase trabajadora, comete “un error fatalista”.
Desde ese punto de vista, no puede dejar de reiterarse que el factor más conservador de la escena son las cúpulas sindicales que, después de haber llamado a una concentración masiva, arriaron cualquier bandera (o banderín) de lucha contra los despidos. Eso ocurre en el marco de una situación donde no falta la disposición a la lucha y el descontento en amplias capas de trabajadores. Ahí están las duras peleas en Santa Cruz, Tierra del Fuego, la toma del Ministerio de Trabajo en CABA y otra multiplicidad de conflictos que recorren el mapa nacional.
Las razones de la prepotencia de Macri a la hora de vetar deben buscarse ahí, en la cobardía y el conservadurismo de la casta que busca eternizarse en la cumbre de las organizaciones sindicales.

Eduardo Castilla

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