lunes, 11 de abril de 2022

La guerra mundial en una nueva fase


El levantamiento del asedio a Kiev, la capital de Ucrania, por parte del ejército de Rusia, no representa, como coincide todo el mundo, una atenuación del conflicto armado, ni responde a algún progreso en las negociaciones para obtener un cese del fuego, sea provisional o de mayor alcance. Ocurre todo lo contrario. Por un lado, ha levantado las expectativas de las fuerzas armada y las “unidades territoriales” de Ucrania de desalojar a Rusia de la región del Donbass e incluso de las plazas de Donestk y Luganks, en la frontera oriental con Rusia, que se han proclamado repúblicas independientes y que pretenden convertirse en parte de la Federación Rusa (“Ucrania siente el impulso de su lado”, FT). Del lado de Putin, el repliegue apunta a reforzar la iniciativa para ocupar la totalidad de esa región, incluida la ciudad de Odessa, lo que equivale a dominar por completo la costa de Ucrania sobre el Mar Negro. 
 En este contexto, las atrocidades que la OTAN y el gobierno ucraniano adjudican a Rusia, en las ciudades adyacentes a Kiev, son instrumentadas para sabotear las negociaciones de un alto de las hostilidades, en especial de parte de Estados Unidos. Un largo artículo del norteamericano The Washington Post (5/4) detalla el monitoreo frecuente y directo del secretario de Estado norteamericano, A. Blinken, de las negociaciones de paz en Turquía, con su contraparte ucraniana, M. Kuleba. “Una relación activa entre Ucrania y la OTAN es crucial, dice la parte norteamericana, para la región del Mar Negro. Si esta relación se quiebra tendremos un problema con una Rusia fuera de control”. Lo que se dice aquí es que el objetivo estratégico de la guerra no lo fija el gobierno ucraniano sino la OTAN, o incluso tampoco la OTAN sino Estados Unidos, en compañía con Gran Bretaña. Blinken ha puesto un veto a la propuesta de Zelensky a Putin de dejar a Ucrania fuera de la OTAN, al menos por un plazo prolongado, a cambio de una garantía de seguridad por parte de un grupo de grandes potencias. La guerra presente responde al interés del imperialismo mundial, en tanto el pueblo ucraniano es la carne de cañón. En resumen, se inicia una etapa de agravamiento de las hostilidades y de un mayor involucramiento político, militar e internacional de la OTAN. 

 Las atrocidades y el imperialismo

 El diario Financial Times ha saludado la victoria completa que ha conseguido la OTAN en el campo de la propaganda contra Rusia, al difundir las masacres que se atribuyen a las tropas rusas en la región de Kiev. No es para nada claro que la llamada opinión pública mundial haya sido ganada para apoyar una guerra imperialista mundial, cuando se observa la victoria electoral del putiniano Orban en Hungría o el crecimiento de intención de votos que las encuestas dan a Marine Le Pen, otra putiniana (en retiro), en la primera vuelta de las elecciones en Francia. Es que el hundimiento del nivel de vida de las masas que la guerra ha producido en todos los países, es sencillamente brutal. De todos modos, el monopolio informativo de la OTAN es abrumador. Viene acompañado de la censura a las atrocidades de las ‘unidades territoriales’ y tropas de asalto del régimen de la oligarquía de Ucrania contra la zona separatista desde 2014 hasta la fecha. Las redes sociales y los medios de comunicación han impuesto una censura de guerra a las informaciones que parten de Moscú y a las redes sociales que patrocina Rusia. 
 Ningún medio de comunicación del área de la OTAN ha recogido las denuncias y las fotos de la plataforma Russia Today acerca del bombardeo contra las industrias y zonas residenciales en el este de Ucrania, ni sobre las víctimas civiles que ha ocasionado. Un minucioso informe del Financial Times acerca del fracaso del intento de Rusia para ocupar Kiev, describe la participación intensa de civiles en el apoyo a la logística y la información del ejército y unidades ucranianas, por medio de apps innovativas, sin el menor reparo en convertirla en blanco militar del enemigo. Putin libra una guerra anti-popular en una nación que él ha reivindicado como hermana de sangre. 
 La votación contra Rusia en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, es también una muestra de un cinismo sin límites. Estados Unidos ha producido masacres sin límites desde el bombardeo a Dresde, Alemania, y a Hiroshima y Nagasaki, con bombas nucleares, al final de la guerra mundial pasada. Las napalm y bombas de fósforo en Vietnam, Laos y Cambodia; el bombardeo masivo de la OTAN contra Libia; las cámaras de torturas y masacres en Irak; los asesinatos selectivos en el exterior; las masacres de Francia en África del Norte y luego en casi todo el centro de ese continente; la guerra fomentada por EEUU entre Irak e Irán, que duró ocho años; los bombardeos enormes contra la Federación Yugoslava, Serbia Bosnia-Herzegovina. La ONU entera no saldría ilesa de ningún tribunal penal internacional. Un dato significativo es la abstención del mexicano López Obrador y del brasileño Bolsonaro, inimputables de ‘anti-americanismo’, que han reclamado una comisión investigadora independiente, que la OTAN no va a admitir; Venezuela no defendió a Rusia, se abstuvo, en un paso del ‘chavismo’ a la órbita norteamericana. 
 Ningún medio de la ‘prensa libre’ internacional, la rama propagandística de la OTAN, destacó algo completamente ominoso: el voto favorable a la condena de Rusia de parte de la Junta Militar de Myanmar, que ha ejecutado una ‘limpieza étnica’ sin precedentes contra el pueblo de Royinga, y hoy mismo libra una masacre sin igual contra las masas del país, luego del golpe militar que siguió a las últimas elecciones, con multitudes de refugiados en las naciones limítrofes. En síntesis, la operación de la Comisión de DDHH de la ONU no tiene otro propósito que alentar la extensión, en territorio y tiempo, de la guerra presente, en la cual participan activamente por los menos los cerca de cuarenta países de la OTAN, para imponer un ‘cambio de régimen’ en Rusia. Este objetivo es equivalente a un millón de veces el ‘cambio de régimen’ en Irak, por eso ambos bandos hacen alarde de que podrían recurrir a armas nucleares ‘tácticas’. 

 Rusia ‘cambia de régimen’ 

La guerra de Donbass promete ser sangrienta. La OTAN ha reforzado en forma considerable el armamento de las fuerzas armadas y las unidades territoriales de Ucrania. El oeste del país se ha convertido en una vía de tránsito para tanques desde la República Checa y los estados del Báltico, y de todo tipo de arsenal ‘ofensivo’ de parte de EEUU y las grandes potencias de la Unión Europea. Los presupuestos militares de estos países han crecido entre el 30 y el ciento por ciento. Rusia se valdrá de esta injerencia creciente para bombardear con misiles las zonas de las que se ha retirado. El propósito de Putin es construir una continuidad territorial hasta Crimea, mediante el control de todo el Mar Negro. Para el semanario The Economist, “Rusia domina Asia Central, y pretende proteger el área de la Unión Económica Euro-asiática” – rica en materias minerales. 
 La guerra ha cambiado ya el régimen político ruso. La oligarquía del país ha sufrido una eutanasia como consecuencia de las sanciones económicas de la OTAN. Sus capitales y fortunas en el exterior han sido confiscados. En su mayoría, esa oligarquía funcionaba como canal de transferencia de capital y riquezas al extranjero; la mayoría se ha ido a vivir a Israel – un paraíso de los ladrones de la propiedad estatal en Rusia. La invasión de Ucrania la ha perjudicado enormemente, y la ha llevado a una oposición sin base social. Por eso, uno de los consejeros más próximos de Putin, Sergei Karaganov, acaba de declarar lo siguiente: “Esta operación militar (sic) será usada para reestructurar la élite (!!) y la sociedad rusas. Se convertirá en una sociedad más militante (sic), basada en la nacionalidad, empujando afuera de la clase dirigente a los elementos no patrióticos” (Clarín, 10/3). Sería una sociedad de los servicios de espionaje y seguridad y de la burocracia militar, un espejismo que estos sectores han acariciado desde la entronización de Stalin, a fines de los años 20 del siglo pasado. Se trata, históricamente, de una anomalía, y una antesala de la disolución del Estado. Convertiría esta guerra, a término, en una guerra civil interna e internacional.
 Por otro lado, todo el sistema económico de Rusia ha entrado en default, como consecuencia de la negativa de los bancos internacionales a procesar el pago de su deuda exterior. Los grandes fondos internacionales han degradado a casi cero los activos de las corporaciones públicas rusas en su poder. Este procedimiento ha sido denunciado como un gran negociado, porque habilita a inversores nuevos y a los propios fondos a comprar una participación a precios de ganga, con la expectativa de que un resultado favorable de la guerra redunde en ganancias enormes. En consecuencia, el capital financiero internacional - BlackRock, Templeton, Pimco, JP Morgan - apuesta a la continuidad de la guerra, incluida una recolonización económica de Rusia. La guerra en desarrollo es una batalla gigantesca por la redistribución del capital mundial. Por otro lado, es una manifestación colosal del colapso de la restauración capitalista en Rusia, que ha dado un impulso fenomenal a la tendencia a la guerra mundial. 

 La guerra del ‘siglo XXI’

 Ninguna de las guerras mundiales del pasado han sido una repetición de las precedentes – desde la guerra de los 30 años, en el siglo XVII, y las guerras napoleónicas de finales del siglo XVIII. Ni siquiera cuando representen una continuidad – como ocurrió entre la primera y la segunda guerra del siglo XX. La vida social y la organización internacional no son las mismas. La guerra en presencia se desarrolla en un marco de gran integración capitalista, por un lado, y de una potencia imperialista dominante. La decadencia de este imperialismo no puede tener lugar sin conmociones internacionales sin guerras de carácter mundial. 
 Se asiste ahora al estallido de un orden mundial – la próxima semana, el directorio político mundial, el G-20, no podrá tener su reunión anual, debido al veto de EEUU a Rusia, que es rechazado por la mitad de los socios. Esto ocurre cuando el presidente del Banco Mundial, David Malpass, anuncia un “default descontrolado” de numerosos estados, como consecuencia del agravamiento de la crisis capitalista, primero con la pandemia y ahora con la guerra. Una porción elevadísima de esa deuda mundial, tiene por acreedor a China, más asociado a Moscú que a Washington. China ha incorporado a los países del este de Europa de la OTAN, al proyecto de inversiones (16+1) conocido como la Ruta de la Seda, y es un exportador de granos de Ucrania (el grupo Cofco); tiene en su poder una parte sustancial de la deuda pública de Ucrania. 
 EEUU, por otro lado, ha confiscado la mitad de las reservas de Rusia, depositadas en el exterior, y congelado la tenencia de la deuda pública norteamericana por parte de Moscú. La prensa internacional advierte la inminencia de un descalabro generalizado en medio de una guerra. Los precios de los combustibles, materias primas agrarias, insumos y componentes de la cadena internacional de producción han subido en forma estratosférica o simplemente desaparecido de la oferta. Por eso han crecido las presiones por una salida negociada del conflicto militar en Ucrania, que sin embargo no tiene salida antes de que se produzcan confrontaciones decisivas. Es simplemente necio caracterizar la guerra presente como un conflicto localizado de carácter nacional. El destino de Ucrania (y no sólo de ella) depende de una guerra de alcance mundial. Después de treinta años de restauración capitalista y una década de gobierno del FMI y de oligarcas pro-OTAN (el oligarca de Dniepopetrovsk, Kolomoiski, es el padrino de Zelensky), el PBI de Ucrania por habitante está siete puntos por debajo del de 1989. Este año caerá otro 43 por ciento. Las corporaciones inmobiliarias y de la construcción ya se están anotando para la reconstrucción del país, en especial las de China, que tienen una elevada capacidad excedente. La condición que imponen el FMI, el capital internacional y los aliados de Ucrania es la privatización masiva de las empresas y bancos y de los servicios sociales. 

 Burocracia, izquierda y guerra imperialista 

Las burocracias sindicales y las izquierdas democratizantes han tomado partido por la OTAN y por la democracia contra el autoritarismo, y votado los créditos de guerra allí donde tienen representación parlamentaria. Alberto Fernández alineó a la Argentina con la OTAN en la ONU, incluso cuando la OTAN tiene una base militar con perspectivas nucleares en el Atlántico Sur – Malvinas. Es un apoyo al partido internacional de la guerra, y por lo tanto de la esclavización de los trabajadores. Cada punto de desvalorización de los salarios y cada despedido nuevo es, sin embargo, responsabilidad de la guerra de la OTAN. La OTAN es el imperialismo mundial, Rusia es una franquicia fracasada de ese imperialismo. La OTAN tiene una estrategia de dominación mundial, Rusia ha pretendido gozar del derecho de recoger las migajas de esa mesa. La OTAN y Rusia han advertido que podrían recurrir a su arsenal nuclear, por ahora ‘táctico’, sin que esto haya sido denunciado como un crimen de guerra en grado de tentativa. En este punto la democracia y el autoritarismo se emparejan. 
 La lucha contra la guerra se plantea, objetivamente, como una lucha para derrotar al imperialismo y, por supuesto, a sus franquicias. Es necesario tomar todas y cada una de las manifestaciones de la guerra, no solamente militares, sino políticas y sociales, para impulsar una lucha de conjunto contra el imperialismo mundial y contra las patronales y sus gobiernos de cada país. La vida cotidiana de los pueblos se agrava sin límites con la expansión de la guerra imperialista mundial.

Jorge Altamira
 10/04/2022

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