jueves, 14 de septiembre de 2017

Sarmiento y el proyecto nacional de las élites



Sarmiento nació el 15 de febrero de 1811 en San Juan. Su actividad intelectual, en todas sus facetas, será indisociable de su acción política.

La construcción del Estado nacional estuvo en el centro del debate político e intelectual argentino desde la mitad de siglo XIX. Debate prolífico y sugestivo en ideas, proyectos y controversias. Sarmiento emerge en ese contexto como una personalidad polémica y de grandes ambiciones, escritor y periodista; su actividad intelectual en todas sus facetas es indisociable de su acción política. Así, su obra literaria más conocida, Facundo. Civilización y barbarie, publicada en 1845 en el diario El Progreso durante su exilio en Chile, es un ensayo de interpretación política de un hecho trascendental de su época: explicar el devenir de una nación que al influjo de las ideas de Mayo (1810) había encumbrado en el gobierno al caudillo federal, gobernador de Buenos Aires y de la Confederación, el restaurador Juan Manuel de Rosas.
Intelectuales como Alberdi y Sarmiento consideraban que la etapa abierta con la caída de Rosas (1852) ofrecía condiciones y una oportunidad para iniciar definitivamente el desarrollo del país y sentar las bases para su modernización. El consenso alcanzado al interior de la elite de dar pasos en ese camino y la definitiva desarticulación del poder de los caudillos convirtieron la obra sarmientina en un tipo de programa de acción política a disposición de la ascendente elite porteña.

El ensayo previo

De vuelta de su exilio chileno en 1862, respaldando la presidencia de Mitre (1862-1868), asume la gobernación de San Juan poniendo en práctica algunas de sus formulaciones políticas. En 1863 establece el estado de sitio en esa provincia, luego de ser designado por el presidente Director de Guerra ante la sublevación del caudillo riojano “Chacho” Peñaloza. Sarmiento declaraba, “Conciudadanos: Peñaloza se ha quitado la máscara. Desde la estancia de Guaja, secundado por media decena de bárbaros oscuros, que han hecho su aprendizaje político en las encrucijadas de los caminos (…) Bajo su dirección e impulso, estas provincias serán luego un vasto desierto, donde reinen el pillaje, la barbarie sin freno, y la montonera constituida en gobierno. No es un sistema político lo que estos bárbaros amenazan destruir. Es todo orden social, es la propiedad tan penosamente adquirida, toda esperanza de elevar a estos pueblos al goce de aquellas simples instituciones que aseguran a más de la vida, el honor, la civilización y la dignidad del hombre. […] Conciudadanos: A las armas y que San Juan sea un ejército, un baluarte contra la barbarie, y ejemplo para todos los pueblos argentinos". Aquellos que en nombre de la civilización combatían la “barbarie” ejecutaron al “Chacho” exhibiendo durante varios días su cabeza en una pica. Ante las críticas y presiones que recibe por el manejo de estos eventos, Sarmiento presenta su renuncia y es designado por Mitre representante ante el gobierno de los Estados Unidos.

La presidencia

Luego de cuatro años fuera del país, en 1868 regresa para asumir la presidencia. Se encontraba respaldado por una suerte de bloque político novedoso, pues no pertenecía a ningún partido, contando con el apoyo de una fracción importante de la elite referenciada en Adolfo Alsina, del autonomismo porteño, sectores del interior que buscaban distanciarse de Buenos Aires (en particular de Mitre) y un grupo de oficiales del ejército que había combatido en la guerra contra el Paraguay. Coalición que facilitaría su gestión presidencial al contar no sólo con el respaldo de sectores de la elite porteña sino también del interior.
Su gobierno estuvo desde sus inicios al servicio de las necesidades primordiales de la elite porteña. Como ocurrió con la guerra contra el Paraguay (1864-1870), promovida por Gran Bretaña e iniciada por Mitre, buscó disciplinar lo que se había convertido en un modelo alternativo al de la elite porteña que sostenía la subordinación al capital británico en plena expansión, ajena al desarrollo de un mercado interno y aferrada a los ingresos provenientes del control del puerto y la producción exportadora.
Así justificaba Sarmiento en una de sus cartas a Mitre los motivos de la guerra: "Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto o falta de razón. En ellos, se perpetúa la barbarie primitiva y colonial... Son unos perros ignorantes... Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era necesario purgar la tierra de toda esa excrecencia humana, raza perdida de cuyo contagio hay que librarse". (Carta Mitre. 1872. Artículo de “El Nacional”, 12.12.1877). La participación en la guerra se había convertido además en fuente de enriquecimiento de los grupos comerciales, terratenientes y agricultores bonaerenses, a través de la provisión de suministros al ejército brasileño.
Al finalizar el conflicto bélico el Ejército sale fortalecido como instrumento de poder y como institución; y con un renovado espíritu de cuerpo. No era un dato menor para la constitución del Estado nacional, considerando que el factor militar estaba presente desde la etapa independentista y en las guerras civiles, tanto en su forma regular como en su versión “del pueblo en armas” asociado a las montoneras, y era parte de una disputa de mayor alcance respecto de quién detentaba el monopolio de la fuerza.
Sarmiento afronta este problema crítico que debe resolver la clase dominante argentina pues si bien luego de Caseros (1852) Urquiza como presidente promueve la organización del Ejército nacional combinando el Ejército de Línea (profesional) y la Guardia nacional (integrada por ciudadanos, pues para poder ejercer el derecho al voto era necesario estar enrolado), ésta no dejó de tener peso en el juego de la política y autonomía provinciales.
Sarmiento se propuso erradicar estas ambigüedades y disminuir el poder de los caudillos provinciales siendo uno de los principales debates parlamentarios de su presidencia. Como señala Hilda Sábato, para Sarmiento: “El ejército de Línea debía constituir el brazo armado del Estado nacional y disponer de la reserva de una Guardia modernizada y subordinada instrumento clave de la relación entre los ciudadanos y la nación". Aunque no resolverá la centralización del Ejército nacional como elemento de coerción para la creación del orden interno, tarea que llevará hasta final Roca, aprobó una serie de medidas que contribuyeron a otorgarle mayor peso político, la pena de muerte para sus desertores, la creación del Colegio Militar en 1870 y en 1872 la Escuela Naval Militar para su profesionalización y garantizó la renovación de su equipamiento.
Bajo su presidencia promovió la extensión del sistema de transporte y comunicación del país, especialmente los ferrocarriles y el telégrafo, funcionales a la constitución de un mercado nacional como forma de dar cohesión a la nación y otras instituciones de carácter simbólico e identitario como la promoción de un sistema estatal educativo, que sirviera a su lucha contra la “barbarie”. Mientras que Mitre había puesto el eje de la educación en la enseñanza secundaria (pensada para la elite), Sarmiento dará prioridad a la enseñanza popular (primaria), pues vio en la educación un instrumento transformador, potenciador del proceso modernizador, capaz de poner fin a la tradición colonial hispánica. Sin embargo, como señala Puiggrós, “en una sociedad como la Argentina, donde el camino elegido por la clase dirigente había sido el establecimiento del Orden sobre un camino del Progreso que no alterara las reglas del latifundio y la dependencia de Inglaterra y pronto del de los Estados Unidos, los elementos progresistas y democráticos del pragmatismo transmitidos por las educadoras norteamericanas, serían aplastados por una pedagogía normalizadora”.

Desencuentro

El programa nacional que Sarmiento enunciaba se inspiraba en la experiencia de desarrollo norteamericano (se estableció en ese país en dos ocasiones en 1847 y entre 1865 y 1868), que para esa época aún podía pensarse para nuestro país. El desarrollo de Estados Unidos probaba que una sociedad atrasada en su origen, en la que aún pervivían rasgos coloniales, podía progresar. El capitalismo norteamericano lo había demostrado con creces a través del desarrollo logrado desde fines siglo XIX: la extensión y diversidad de su territorio (la colonización del Oeste se mantenía agrícola como el Sur mientras el Norte se industrializaba), una técnica productiva innovadora y el nivel cultural de las masas.
Lejos del modelo norteamericano, hacia mitad del siglo XIX en nuestro territorio se afianzaban los resortes de la estructura capitalista, que comenzaba a adoptar la fisonomía de un país productor de alimentos y materias primas e importador de productos manufacturados, dependiente de capitales externos, configurando de conjunto el atraso de su futuro desarrollo. Para Sarmiento el camino era el modelo norteamericano y apostaba a que la elite, especialmente porteña, promoviera otro rumbo, el de la modernización autónoma capitalista. Pero la elite optó por la sumisión. Como señalara Milciades Peña, a lo sumo se demostró fuerte para resistir los embates políticos (en referencia a Rosas) pero no así frente a la colonización financiera de la Bolsa de Londres. La burguesía comercial ahogó el desarrollo autónomo industrial conservando el modelo exportador y la elite terrateniente se aferró al latifundio impidiendo el desarrollo del modelo de los “farmers”. El proyecto sarmientino colisionaría con los intereses de los grupos dominantes que aseguraron su posición privilegiada contra el desarrollo del país.
Cuando a finales del siglo XIX cambien las condiciones mundiales, consolidándose el desarrollo del mercado capitalista mundial en su carácter imperialista, la elite terrateniente subordinada cada vez más al capital extranjero presionará para extender las fronteras productivas conquistadas hasta el momento. Avellaneda, candidato presidencial de Sarmiento, impulsó esa campaña hacia el sur de la provincia de Buenos Aires, dando inicio a la “Campaña al Desierto” por la cual la futura elite agroganadera se apropió, a partir de la avanzada militar, de millones de hectáreas ocupadas por los pueblos originarios.
A pesar de su programa modernizador, durante el ejercicio de su gobierno no mantuvo diferencias de conjunto con la oligarquía y tomó distancia de cualquier proyecto que contemplara la acción política de las masas. Aunque no existía aún en el país un movimiento obrero al estilo europeo, los levantamientos revolucionarios de 1848 en ese continente habían despertado su rechazo y reforzaron esas posiciones. Según H. Donghi, “Desde la perspectiva predominantemente francesa con que la siguió, la revolución pareció mostrar súbitamente el abismo al que conducía el avance de Europa hacia la democracia: la revolución social (presentada en Educación popular, como el equivalente de los triunfos hispanoamericanos de la barbarie) es un espectáculo que ha despertado en Sarmiento un sentido nuevo de la prudencia.” Sarmiento era parte del clima de época, del rechazo y el giro a la derecha de importantes sectores de la intelectualidad burguesa, especialmente francesa, aterrorizada por las revoluciones que se desarrollaban en Europa en 1848 y más tarde en 1871 con la Comuna de París. Las masas acosaban el poder político y pretendían ejercer sin límites la democracia. Mientras la burguesía europea que ya había superado su momento revolucionario consideraba que el pueblo era incapaz de gobernarse a si mismo para hacerlas dependientes de una elite ilustrada, estas ideas y concepciones fueron abrazadas desde sus orígenes por las clases dirigentes del país.
Sin romper con esta lógica Sarmiento comprendió que para la construcción nacional, tal como él la entendía, debía tener una política hacia las masas. Se hacía indispensable conjugar un abanico de medidas de amplio alcance que convirtiera al “progreso” en una aspiración del hombre común. Romper con todo el pasado colonial hispánico, alentando la inmigración europea, promover el minifundio y la agricultura en oposición al comercio excluyente, y la creación de nuevas instituciones políticas y educativas para transformar al pueblo “bárbaro en otro civilizado” y acabando con el gaucho.
La elite dominante estaba lejos de representar la civilización contra la “barbarie” y así como impidió un desarrollo autónomo fue un actor fundamental para la posterior semicolonización del país. La famosa dicotomía entre “civilización y barbarie”, como escribe la socióloga Maristella Svampa, ha sido una construcción de raíces históricas utilizada por las clases dominantes para legitimar el enfrentamiento con un "enemigo interno", discusión que hoy vuelve a replantearse para la estigmatización de la comunidad mapuche.

Liliana O. Caló
@LilianaOgCa

Fuentes
Sábato, Hilda, Historia Argentina 1852-1890, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.
Peña, Milcíades, Historia del pueblo argentino, Buenos Aires, Planeta.
Puiggrós, A., Historia de la educación Argentina. I. Sujetos, disciplina y currículo en los orígenes del sistema educativo argentino (1885-1916), Buenos Aires, Galerna, 2006.

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