sábado, 13 de febrero de 2016

Los sindicatos y Macri: más integración que resistencia

Algunos movimientos llevados adelante por Macri regaron con agua fría el fuego de las “convicciones” gaseosas de las conducciones de los sindicatos. Ocho días después de haber asumido, Luis Alberto Scervino, director médico de la obra social del gremio de José Luis Lingeri (Obras Sanitarias), fue designado como nuevo titular de la Superintendencia de Servicios Salud de la Nación.

La administración que gobierna el país desde el diez de diciembre pasado fue calificada de múltiples formas que grafican su naturaleza peculiar: la CEOcracia, la era de la imaginación empresaria al poder o el tiempo de un país atendido por sus dueños.El torbellino de medidas que el Gobierno tomó en estos dos meses se corresponden con su característica esencial: devaluación (e inflación correspondiente), baja de las retenciones a la soja y eliminación para el resto de los granos, generosa propuesta de pago a los fondos “buitre”, aumento sustancial de tarifas eléctricas, despidos indiscriminados en el Estado y ahora una propuesta de “cepo” a las paritarias para dar inicio a la madre de todas las batallas: la baja del valor del salario en dólares.
El sentido común dictaba que las organizaciones sindicales debían colocarse en posición defensiva frente a tremendo “plan de guerra” del estado mayor de los dueños de la patria que ahora se habían fusionado con el Estado. Pero las conducciones burocráticas de los sindicatos guían su accionar por otra lógica muy alejada del más común de los sentidos.
Apenas asumió el nuevo Gobierno, los dirigentes hicieron un amague hacia la eventual unidad. Una reunión de distintos referentes debía llevarse a cabo en la segunda quincena de enero en Mar del Plata, pero se diluyó con el calor del verano y con las “concesiones” que anunció el macrismo y que fueron música para los oídos (y fondos para las cuentas) de los jefes gremiales.
Algunos movimientos llevados adelante por Macri regaron con agua fría el fuego de las “convicciones” gaseosas de las conducciones de los sindicatos. Ocho días después de haber asumido, Luis Alberto Scervino, director médico de la obra social del gremio de José Luis Lingeri (Obras Sanitarias), fue designado como nuevo titular de la Superintendencia de Servicios Salud de la Nación, el organismo que controla el funcionamiento del circuito de fondos entre el Estado y las obras sociales. Junto con esto, los gremios recibieron la promesa de pago de la deuda que el Estado mantiene con esas entidades y que asciende a 26 mil millones de pesos.
El Gobierno conocía cual era el “órgano más sensible” de la casta que ocupa los sindicatos: las cuentas bancarias que aceitan y enriquecen la voluptuosidad de sus grandes aparatos, hace años alejados del trabajador de pie.
Además, recibieron la promesa de una suba del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias aplicado sobre el salario y la modificación de las escalas. Una demanda justa pero que afecta al 10% del conjunto de los trabajadores del país.
Estas ofrendas filántropas del macrismo para con el “movimiento obrero organizado” (léase la casta dirigencial) abrieron el camino a la integración muda que tiene a la cabeza a Hugo Moyano, el eterno contenedor de los salarios de los otros. Incluso algunos aseguraron que existió una reunión secreta entre Macri y Moyano que selló el pacto del nuevo “bonaparte blanco” con el vandorista aggiornado a los tiempos de la revolución de la alegría.
Esta práctica de dique de contención no es nueva para el dirigente camionero. Una función idéntica cumplió en los primeros años kirchneristas, con la diferencia no menor de que en aquella etapa (luego de la crisis, la devaluación y con “viento de cola”, la trilogía que estaba detrás de la dudosa “virtud” kirchnerista) la economía crecía y el ajuste no se imponía con la misma fuerza que en la actualidad dictan las circunstancias del país y del mundo. Ese trabajo sucio ya lo habían hecho sus predecesores en general y Eduardo Duhalde en particular.
Un adelantado de la colaboración fue Gerónimo “Momo” Venegas, el jefe del gremio de los peones rurales que también recibió su premio consuelo: dos hombres propios asumieron la dirección del Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (Renatea), un organismo que bajo la conducción del kirchnerismo tampoco había logrado mucho en el combate al trabajo en negro en el campo y que ahora no tendrá ese objetivo ni siquiera en el discurso.
También por estos días se dio a conocer cuál era el motivo del ensordecedor silencio de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) frente a los despidos estatales: había acordado que las listas de los cesanteados no incluyan a sus “protegidos”. Andrés Rodríguez quiere su “lista de Schindler” sin despeinarse el jopo.
La dirección del sindicato mecánico (SMATA), que hasta ayer nomás era “ultra K”, fue el eje de la operación que llevó a la ruptura del bloque de diputados del Frente para la Victoria, en pos de una “oposición responsable” frente al gobierno de Macri.
En sus movimientos políticos, tanto el SMATA como los metalúrgicos de la UOM dejaron al desnudo la índole de su seguidismo: Antonio Caló (UOM) se queda en el bloque de los que intentan representar a las empresas medias o “no monopolistas” que se ven afectadas con el plan oficial y el Ricardo Pignanelli (SMATA), a través de su diputado, Oscar Romero, se pasó “con armas y bagajes” al nuevo agrupamiento peronista amistoso con el gobierno de los CEOs de las grandes multinacionales, entre ellas las autopartistas.
La otra rama de los estatales (ATE) y los gremios docentes son los que pueden llegar a acciones de lucha (el 24 de febrero hay paro de ATE), para evitar aquel riesgo de “o a la cabeza o con la cabeza”, ya que las ofertas a los educadores son casi una provocación y los estatales son el blanco de los despidos.
La movida estratégica de los cráneos de Cambiemos pasa por la búsqueda de un canje de salarios por condiciones de trabajo y la apertura a un ciclo de negocios basada en la desvalorización cualitativa del precio de la fuerza de trabajo. Para esto no hay otro camino que un aumento sustancial de la desocupación que juegue un rol disciplinador.
Para este objetivo, Macri cuenta con un escenario laboral legado por la administración saliente del kirchnerismo que facilita la tarea: la cadena del mundo del trabajo tiene su eslabón débil en la precarización laboral que existe tanto en el sector público como en el privado, junto con ese 33% de empleados “en negro” a quienes las puertas del cielo de la “década ganada” nunca se les abrieron. De esta manera, Cambiemos puede repetir un eufemismo “legal”: no son despidos, sino cese de contratos, pese a que muchos de esos contratos tengan años y hasta décadas en su historial.
Sin embargo, Macri también tiene enfrente lo que algunos intelectuales llaman una “sociedad aspiracional”, la Argentina contenciosa que moldea el escenario con una determinada relación de fuerzas. El voto a Cambiemos representó un fuerte rechazo al kirchnerismo, pero además contenía un componente ilusorio para “retomar el crecimiento”, no para administrar y bancar el declive.
Hoy ya fuera del gobierno, muchos kirchneristas denuncian agudamente esta situación por la que atraviesan los trabajadores, pero los empoderados de las plazas desnudan que el poder está en otra parte y que si alguna vez intentaron cambiar el mundo, nunca se hicieron del poder real. La dirigencia sindical que hoy muestra su flexible adaptacionismo se mantuvo al amparo del kirchnerismo e incluso se fortaleció.
Finalmente, mañana se concretará la demorada reunión entre Macri y los jefes de la CGT. El Presidente convocó a dirigentes de las centrales obreras lideradas por Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Antonio Caló a la Casa Rosada. También participarán los secretarios generales de los sindicatos de Comercio, Armando Cavalieri; de la Confederación del Transporte, Juan Carlos Schmid; de la Uocra, Gerardo Martínez y de la Uatre, Gerónimo Venegas.
El líder de la “nueva política” se sienta a la mesa con el tren fantasma de las viejas conducciones para institucionalizar ese “diálogo” que viene preparando la mano invisible de las transacciones que se negocian detrás de la escena.
Intentarán mostrar la foto como la postal de una “nueva Argentina”, mientras la realidad es que repetirá una película con el protagonismo de los sospechosos de siempre, experimentados baqueanos en el arte de la integración.

Fernando Rosso
Diario Alfil

No hay comentarios:

Publicar un comentario