domingo, 30 de agosto de 2015

Tucumán y la Argentina “feudalizada”



La crisis política vuelve a evidenciar el fin de toda veta progresista en el kirchnerismo. La oposición “republicana” y un juego de suma cero. La izquierda y una perspectiva política independiente.

Felipe Solá “corre por izquierda” a Eduardo Jozami. Un menemista de siempre ataca a un intelectual que se define progresista por justificar lo ocurrido en Tucumán. ¿Vas a defender a ese régimen feudal? le pregunta. Jozami calla.
La crisis política que se abrió en Tucumán dejó al desnudo mucho más que un régimen fraudulento. Puso de manifiesto el carácter “feudal” de los gobiernos provinciales con los que tejió una alianza el kirchnerismo desde 2005 y que, en esa provincia, llegó al extremo con el sistema de acoples.
La defensa que hicieron Scioli, Cristina Fernández y hasta integrantes de Carta Abierta del resultado de la elección del domingo pasado, ponen de manifiesto hasta dónde esas alianzas son parte del sistema de poder político en el que se sostuvo el kirchnerismo. A cambio de apoyo político, cada “pecado” de esos gobernadores -y también de los intendentes de los grandes centros urbanos- era dejado de lado.
Intelectuales y periodistas que apoyaban desde la izquierda al gobierno preferían obviar esa configuración del poder político en aras de sostener el Relato. Barones, “gobernas” y burócratas sindicales conformaban parte del “poder real” que sostenían el discurso oficial.

Feudalizados

El carácter “feudal” –en el sentido político- de esas circunscripciones expresa la enorme fragmentación de la política a nivel nacional. Como se sostuvo en este artículo, cada provincia se configuró como una suerte de Estado con rasgos propios, donde el partido de turno impone reglas y condiciones de “elegibilidad” y estabilidad de su propio régimen. De allí que, como señala María Esperanza Casullo, cualquier modificación nacional, no afectaría las normativas provinciales que consagran reelecciones indefinidas (Formosa) o la alternancia completa (Mendoza).
Los sistemas políticos provinciales constituyen así una suerte de microcosmos donde cada partido o caudillo erige sus propias normas de poder. Sobre esa base se edifican poderes territoriales, atados al Estado nacional por un presupuesto dependiente del sistema de coparticipación.

Oposición “líquida”

El año 2001 fue el golpe mortal para el radicalismo. El kirchnerismo, al apropiarse de las banderas de los Derechos Humanos, impidió su reconstitución en clave progresista y la obligó a un “republicanismo furioso”. De allí que lo intentó en clave republicana. Así surgieron, en una suerte de diáspora política de 12 años, los acuerdos con Lavagna, De Narváez, Carrió y Macri. Una suerte de experimentos fallidos que no dieron más que fracasos.
Después de la Convención de Gualeguaychú, 2015 prometía ser el año de la “resurrección territorial” de la UCR pero lejos de ello, ha sido el que la consagró, por primera vez en su historia, como fuerza sin candidato presidencial propio. En una suerte de metáfora, podemos decir que la UCR fungirá de “columna vertebral” de la construcción macrista. Por lo menos hasta octubre.
Durante esta década sólo el macrismo logró ocupar parcialmente el espacio de oposición no peronista de manera duradera. Sus fracasos “más allá de la General Paz” evidencian los límites de la construcción de una fuerza política que exprese de manera estable a amplias franjas de la clase media opositoras.
En ese marco, la unidad de la oposición “republicana” por estos días tiene más de espejismo que de realidad tangible. Cada uno de ellos ha recordado en más de una ocasión ante los medios que “no es un acuerdo electoral”. El intento de ocupar el conjunto del espacio anti-kirchnerista tiene la debilidad de que allí confluyen muy diversas “sensibilidades” políticas. Es difícil asegurar que los votantes de Vidal votarían a Solá si ella optara por bajarse. Quienes sufragan por Macri tienen, en porcentaje no menor, desprecio por el peronismo que Massa encarna. La suma de “personalidades” a la hora de pedir la boleta electrónica no equivale a la suma de sus caudales electorales. Se trata, más bien, de un juego de suma cero.
Si eventualmente hubiera segunda vuelta electoral, esos votos podrían confluir pero el presidente ganador expresaría una sumatoria de espacios diferenciados. Algo no recomendable para lanzar un ajuste.
Las mismas franjas de las clases medias a las que se dirige la oposición republicana se han caracterizado por su labilidad electoral. El 54% de Cristina Fernández en 2011 tuvo parte de su sostén allí. A esas franjas se propone reconquistar Scioli cuando juega a ser el “presidente PYME” o con su discurso ante la Federación Agraria.

La debacle progresista

En la noche del jueves, Eduardo Jozami, integrante de Carta Abierta, defendía el régimen político tucumano en los estudios donde se emite Intratables. Felipe Solá, que transitó por todos los ismos de su partido en las últimas décadas (menemismo, duhaldismo, kirchnerismo y massismo) lo arengaba. La escena respiraba surrealismo.
Pero era una la resultante, casi necesaria, del estricto posibilismo político de intelectuales que procesaron como “natural” el Relato construido por el kirchnerismo. Durante más de una década se ubicaron combatiendo contra quienes, dentro del “proyecto”, representaban la “vuelta a los ‘90”. El mismo Jozami escribió un libro hace pocos meses, cuyo objetivo esencial era impedir que Scioli fuera el candidato del Frente para la Victoria. Cristina Fernández no parece haberlo leído.
Si la defensa de Scioli ya causaba urticaria y vergüenza ajena, la que se realiza del régimen del fraude clientelar de Alperovich y Manzur evidencia la debacle de una intelectualidad cuyo horizonte lo estableció la creencia en la “progresividad” del Estado (burgués).

La izquierda y la escena política

La fotografía de la realidad argentina muestra dos campos: un oficialismo alineado para defender a un régimen fraudulento; y una oposición republicana que impulsa formalmente una reforma electoral para “terminar con los feudos”. A pesar de los esfuerzos de dirigentes y los consejos de analistas, estos campos –que existieron con matices por años- no han podido cuajar en un régimen de partidos políticos que garantice a la clase capitalista un dominio político y social más estable.
La izquierda clasista, expresada centralmente en el Frente de Izquierda en el terreno nacional, no es parte de ninguno de esos campos. Ese lugar de independencia política es una conquista. Es desde allí que la izquierda juega un papel central en el apoyo a conflictos obreros y populares en curso, algo que se halla a años luz de las fuerzas que defienden el interés del empresariado. Papel que jugó también ante grandes crisis nacionales, como la muerte del fiscal Nisman o el conflicto por las retencias a las patronales del campo en 2008.
La perspectiva de la izquierda es utilizar esas conquistas para avanzar en el camino de la construcción de una herramienta política propia de los explotados, un verdadero partido de la clase trabajadora y el pueblo pobre que sea un factor actuante en la realidad política nacional. No para estabilizar las instituciones golpeadas, sino para subvertir de manera revolucionaria el conjunto del orden social e iniciar la construcción de una sociedad sin explotados ni explotadores.
Las crisis en el campo político de la clase capitalista, la feudalización de sus partidos, las disputas internas son factores a tomar en cuenta en el terreno de esa construcción.

Eduardo Castilla

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