sábado, 31 de octubre de 2009

Yunque y nosotros


Claro que sí. Con ganas. Con alegría. Sin perder un minuto en consultar libros ni revisar papeles. Agradeciendo el haberme invitado a este número-fiesta de cumpleaños. Contentísimo y creyéndome con un millón de cosas por decir.
Esto por ejemplo. Que a Yunque lo tenemos. Que es nuestro. Que está junto a nosotros, apoyándonos, hablándonos, señalándonos el camino. Que no estamos ni tan solos ni tan inermes por lo tanto, frente a tanta cosa agazapada y sucia que este bendito oficio de escritor (o de mirar, o de juzgar o de vivir simplemente) nos hace ver a diario en Buenos Aires. Y que las cosas, pienso yo, no deben andar del todo mal en el país o en el mundo, mientras con sólo tocar un timbre de la calle Coronel Díaz se puede uno encontrar con una rebelde cabellera blanca, con unos ojos dulcísimos, y con una boca que entre tironeos algo compadres, se larga a hablar de Barret, de Di Giovanni, de Cristo, de Lenin, de las maravilas boxísticas de Gandolfi Herrero, del placer que, a pesar de todo, siente al leer a Borges, o de los fideos al pesto que dentro de cinco minutos va a preparar. Y claro, de pronto el mundo tiene otro color, y las gentes tienen otra dignidad, y los fideos al pesto y Borges son importantes, y la vida es importante porque él nos habla de ella, así como al pasar, sonriendo, haciendo chistes, o preguntándonos por nuestra compañera; es un cacho de hombre y un luchador, y un constructor de almas, y de yapa, el más maravilloso, fecundo y querido de nuestros escritores.
O esto otro: que todavía no se ha dicho todo lo que hay que decir acerca del sentido heroico de la obra de Yunque. Y que ahora, que parece ser moda entre muchos escritores, junto a cierta insufrible coquetería formal, una especie de regodeo en inventar sólo personajes frustrados, neuróticos, cobardes, engunfiados o traidores, vale la pena pensar en todo lo que ese sentido heroico y esa exaltación casi épica de la dignidad humana, significó y significa, no ya como formador de hombres sino desde el más estricto punto de vista literario. Sencillamente la posibilidad y el punto de partida de una verdadera gran literatura argentina. Gran literatura que tiene su mejor modelo en Martín Fierro y hacia la cual tienden sin duda los ejemplos más vivos y recordables de nuestras obras de ficción. No me refiero naturalmente - entendámonos - al poema o la novela más o menos pedagógicos sino a aquellas obras en que el amor al hombre y una fe poderosa en los valores rescatables del hombre, están presentes, iluminando, exaltando, dándole un sentido épico a la prodigiosa aventura de la humanidad (para no pecar de abstracto cito dos ejemplos entre los últimos dos best- sellers americanos: La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, como muestra de literatura apitucada, negra y gratuita; Cien años de soledad, de García Márquez, como ejemplo de literatura épica, vital y exaltadora del hombre).
Y que en Yunque eso, el amor, la fe en el hombre, el sentido de la grandeza, vertebran, dan coherencia y "justifican" cada una de sus obras. Sus cuentos, por ejemplo, en donde prodigiosamente una pelea callejera, una aventura, un gesto inesperado o un partido de ta-te-tí, asumen de pronto categoría de epopeya, al mostrar lisa y llanamente la presencia del héroe, del hombre engrandecido, (tal vez pasajeramente, sí, pero magníficamente) por el coraje, por la rebeldía, por el amor. O si Alem o su Calfucurá, dos grandes frescos históricos, iluminados y vitalizados no sólo por su visión enjuiciadora y revolucionaria de los hechos, sino además, y esto es lo maravilloso, por una actitud receptora y comunicadora del tamaño humano de los protagonistas. Hasta el punto que los libros que podrían haber sido simplemente libros acusadores y de combate, se convierten además, por virtud del amor y del sentido épico del narrador - del aeda estaba por decir -, en el relato de una pelea de titanes, en la cual los enemigos de Alem (los enemigos de Yunque, al fin de cuentas) tienen a veces como en La Ilíada, tamaño y actitudes de héroes. No son esquemas inventados para vapulear, son hombres vivos, con su complejidad, sus miedos, sus abismos y sus alturas, padeciendo a su modo los designios de un dios llamado devenir histórico.
Todo eso. Y además, las deudas que tenemos con Yunque. Por varios motivos. Fue a través de sus cuentos que muchos de nosotros nos enfrentamos por primera vez con cosas importantes. Con la literatura en serio, en primer lugar; con ese mundo de la palabra auténtica, vívida, cotidiana, que nos conmovió hasta lo hondo, y nos asombró, y nos mostró caminos nuevos, y que ya a los ocho años nos hizo saber que existían libros tan apasionantes como un partido de futbol o una rabona. Pero también con una ética, viril, desprejuiciada, renovadora, vital y revolucionaria, tan distinta a la ética del señor vicedirector o a las de las lecturas más o menos morales con que se nos aburría, que muy pronto la sentimos manifestación de toda una nueva, profética, renovadora, vital y revolucionaria visión del mundo.
Otras deudas las contrajimos más tarde, cuando conocimos a Yunque. Cuando lo vimos vivir, y lo supimos a nuestro lado, entero, luchador, valiente, sabio y niño. Cuando sin admoniciones y sin aspavientos, con sólo el ejemplo de su conducta, nos enseñó cómo debe ser el camino de un intelectual en el país del acomodo, del autobombo y de las agachadas.
Muchas otras cosas podría decir pero como ya lo estoy oyendo a Yunque bufando de aburrimiento y diciéndome que me deje de macanas, sólo me queda desearle un feliz cumpleaños y con la voz y el gesto de toda una generación, darle un abrazo y decirle gracias.

Humberto Constantini
[Cuadernos de cultura Nº 95, mayo-junio 1965, número dedicado a Yunque con motivo de sus 80 años]

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