sábado, 8 de diciembre de 2007

Israel: Un Estado policíaco.



x Abigail Abarbanel

[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Israel no es un país agradable sino un Estado policial fuerte que se basa en una paranoia patológica con un ligero barniz de civismo, cuidadosamente urdido y mantenido para el consumo de quienes todavía creen en el mito de la democracia israelí
La supuesta democracia israelí mantiene un control férreo sobre los palestinos de los Territorios ocupados. En la fotografía, un policía de fronteras discute con palestinos en el principal puesto de control en las afueras de Belén y les niega la entrada en Jerusalén para celebrar la fiesta islámica de Leilat al-Qadr. 18 de octubre de 2006 (Magnus Johansson/ MaanImages).

El viernes 8 de junio de 2007, mi marido Ian voló a Israel. En realidad, iba de camino para asistir a un congreso de informática en Viena pero pensamos que sería estupendo que hiciera una parada de tres días en Tel Aviv para visitar a mi hermano y su familia, en particular para conocer a mis sobrinas de siete y cinco años.

En el aeropuerto de Tel Aviv, a Ian se le confiscó su pasaporte australiano sin explicación alguna. Fue conducido a una pequeña sala de interrogatorios y tuvo que soportar un interrogatorio amenazador acerca de unos inexistentes visados saudíes y libaneses en su pasaporte. Fue interrogado por una mujer policía de uniforme de mirada dura mientras un agente de paisano observaba. La mujer le preguntó por qué tenía visados saudíes y libaneses, y cuando contestó que no sería su pasaporte porque en el suyo no tenía esos visados, ella le preguntó el nombre de su padre y de su abuelo y, a pesar de que Ian contestó a la pregunta, ella la repitió otras tres veces. En ese momento, Ian comprendió que estaban tratando de intimidarle y aunque sintió algo de miedo, señaló que ya le había hecho la misma pregunta varias veces y que ya la había contestado. Tras 25 minutos, Ian fue liberado al fin sin explicación alguna y con leves excusas por haberle retrasado.

Como ex ciudadana israelí con formación militar, estoy familiarizada con las tácticas psicológicas empleadas por la policía de fronteras (MAGAV) y por los militares. Deliberadamente intentan amedrentar a su víctima y mantenerla en la incertidumbre acerca de lo que está pasando y, por encima de todo, donde están sus documentos. Saben que los extranjeros se sienten profundamente inseguros sin sus pasaportes y que la incertidumbre puede producir miedo y estrés en la mayoría de la gente. Saben, asimismo, que la confianza de la mayoría de las personas experimentaría dudas en tal situación y si existiese algo que ocultar podrían hacer que lo confesaran. Los funcionarios israelíes están entrenados para descifrar el lenguaje corporal, las mínimas expresiones, la transpiración, cualquier cosa. Las preguntas en sí mismas son por lo general sólo un pretexto para producir estrés para así observar a su víctima cuidadosamente y descubrir si guarda algún secreto. Ellos tenían el pasaporte de Ian y sabían bien que en él no había aquellos visados (Y hay que preguntarse: ¿Y qué, si los tuviera? ¿Qué le habría ocurrido entonces? Los ciudadanos australianos son libres de visitar cualquier país que deseen visitar. Pero parece que en Israel tener visados “malos” en tu pasaporte te convierte en sospechoso. Por supuesto nunca sabremos si la historia de los visados fue la razón auténtica de su corta detención.)

Israel y sus apologistas repetidamente lo describen como “la única democracia en Oriente Próximo”, el único régimen democrático en una región no democrática. Algo que se supone nos va a hacer sentirnos más comprensivos hacia Israel y a justificar nuestro apoyo. Pero la democracia israelí es un mito.

Durante los 27 años que estuve allí, pertenecí a la corriente israelí predominante. Era judía, nacida en Israel y no religiosa. Era una ciudadana normal que completó su servicio militar ( quintaesencia de lo israelí), y no estaba implicada en la política o el activismo de ninguna clase. Me dedicaba a mis asuntos, preocupada por el dinero, el trabajo, los estudios, mi propia y limitada vida. No era “una alborotadora” por mucha imaginación que se pusiera. Todos lo que me conocieron entonces, habrían asegurado que estaba de acuerdo con la ideología israelí predominante. Y, francamente, habrían tenido razón.

Aunque el día a día en Israel puede ser frustrante, en especial en lo relativo a la burocracia, nos sentíamos seguros al saber que, por molestas que pudieran ser, nuestras autoridades nunca se volverían contra nosotros. En realidad, semejante pensamiento ni se nos ocurría. Al formar parte de esa sociedad media israelí, estaba totalmente ajena a lo que Israel era capaz de hacer, y a lo que podía significar no formar parte de ella.

Mi primera experiencia de una “situación” tan desconocida se produjo hace unos 17 años, cuando mi ex marido (también israelí) y yo nos planteamos emigrar a Australia: Estábamos a punto de recibir nuestra residencia permanente. A mi ex, ingeniero y capitán del ejército a punto de terminar su contrato militar, de repente una tarde se le pidió, sin explicación alguna, que se presentara en un lugar determinado para una pequeña “charla” con alguien de la policía militar.

Nuestros planes de dejar Israel no eran secretos. Salir de Israel no es un crimen, y Australia no se encontraba en la lista de países prohibidos de visitar o vivir para funcionarios israelíes implicados en proyectos militares secretos una vez finalizado su servicio (Sí, esa lista existe.) En cualquier caso, no había razón para que mi ex marido sospechara que aquella charla tuviera nada que ver con nuestros planes.

Fue conducido a una pequeña habitación y se le ordenó que se sentara en una silla colocada en el centro. Una mujer, sargento de la policía militar, empezó a preguntarle mientras se movía alrededor de él, “Hemos sabido que está haciendo planes para emigrar a Australia”, a lo que contestó: “¿Y...? No es ningún secreto”. Ella le respondió colérica que debía callarse y que era ella quien hacía las preguntas. Seguidamente, la mujer le preguntó: “¿Por qué se va?” , “¿Sabe su mujer que piensa marcharse?”. Al parecer, los militares sabían de nuestros planes por la policía mientras tramitábamos el proceso de obtención de la autorización del servicio de inmigración australiano. Debían saber que los dos estábamos implicados. Las preguntas estaba claro que no había que tomarlas en sentido literal. Al principio, mi ex marido contestó a cada una de ellas pero cuando se dio cuenta de lo absurdo de la situación se sintió molesto. Entonces le dijo a la sargento que no encontraba sentido a la conversación y salvo que le acusara de algo, se iba. Cuando ella de nuevo respondió violentamente, se puso de pie, le recordó que era capitán y ella sargento, y abandonó la habitación.

A falta de cualquier otra información sobre este incidente, llegamos a la conclusión de que fue un intento de intimidación para que no abandonáramos Israel. Desde luego se confiaba por completo en los efectos psicológicos ya que los militares ni tenían motivo ni manera legal de detenernos.

Hasta que el ejército supo que íbamos a irnos, mi marido como oficial de carrera y yo como “mujer de” éramos tratados con gran respecto en la sociedad israelí y entre los militares. Nosotros no sólo pertenecíamos a esa sociedad sino que teníamos un lugar destacado. La elección de una mujer sargento lo fue para humillarle (No pretendo ofender a las mujeres pero esa es la cultura del ejército israelí.) Quienquiera que pensó en ese intento de intimidación quiso demostrar a mi ex que su rango y estatus nada significaban si elegía el camino “equivocado”. Estábamos indignados pero todavía más conmocionados por el trato recibido sólo porque queríamos abandonar Israel. Una cosa es enfrentarse a la crítica de amigos y familiares en conversaciones cotidianas y otra muy distinta ser sometido a preguntas amenazadoras por la policía militar. Aparentemente, nuestra decisión de irnos nos colocaba en una situación nueva en la sociedad, al margen de aquella confortable condición privilegiada. Cuando finalmente nos fuimos a finales de 1991, lo hicimos con una sabor amargo al haber vislumbrado un atisbo de un Israel que desconocíamos.

Pregunten a cualquier palestino y les contará historias mucho peores, francamente sin comparación. A los palestinos se les considera extranjeros, con independencia de que sean ciudadanos de Israel o refugiados en los Territorios Ocupados, bien sean niños o adultos, hombres o mujeres. Todos los palestinos viven bajo continua vigilancia militar o policial. No experimentan nada de la mítica democracia israelí. La “democracia israelí” es algo reservado sólo para la privilegiada, y en su mayoría ignorante, elite de la que yo formé parte hasta que decidí irme. Los ciudadanos palestinos de Israel viven en un Estado brutal, arbitrario y policíaco. Sus contactos con la burocracia israelí no son sólo frustrantes sino que pueden ser rotundamente peligrosos.

Los palestinos de los Territorios Ocupados viven en un régimen como el de Pinochet. Pueden desaparecer, y ocurre así a mitad de la noche. Se les venda los ojos, se les esposa, se les golpea, humilla, lleva a lugares desconocidos sin darles información ni a ellos ni a sus familias, se les tortura física y psicológicamente, se les encarcela indefinidamente, por lo general sin cargo alguno, y sin ser culpables de nada. Es algo mucho peor que los dos incidentes que he descrito antes pero los principios básicos son los mismos.

En un régimen semejante tú no tienes que haber realizado algo mal para recibir ese trato porque ha sido diseñado no sólo para detener a las personas que han transgredido las leyes sino para constituir una amenaza, una continua advertencia. Para hacer alarde del Estado y enseñar a la gente cuán débil e indefensa se encuentra comparada con el poderío estatal y mostrarle lo que podría ocurrirle si simplemente se le ocurriera rebelarse contra él. En el caso de los palestinos también se ha diseñado para hacerles intolerable la vida cotidiana con el fin de quebrantar su fortaleza e intimidarles para que se vayan. Después de todo, lo que Israel realmente quiere es todo el territorio pero sin sus habitantes, algo que mucha gente en occidente se niega a reconocer.

Israel no es un país agradable sino un Estado policíaco fuerte que se basa en una paranoia patológica con un ligero barniz de civismo, cuidadosamente urdido y mantenido para el consumo de quienes todavía creen en el mito de la democracia israelí. Los israelíes de la clase dirigente viven en una burbuja artificial que los aísla de la realidad. Si existe democracia allí, sólo disfruta de ella ese selecto grupo (de la misma manera que la población blanca conformista en la antigua Sudáfrica.) Apoyar a Israel en estos momentos es lo mismo que afirmar que Sudáfrica con el régimen del Apartheid era una democracia aceptable. Lo que significa también abandonar a los palestinos, de la misma manera que el mundo abandonó a los negros sudafricanos (y a los disidentes blancos) durante 45 largos años.

Abigail Abarbanel es ex israelí, psicoterapeuta.
The Electronic Intifada, 9 de julio de 2007

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