miércoles, 9 de octubre de 2019

Estados Unidos: entre el impeachment, la incertidumbre electoral y la lucha de clases



El proceso de impeachment abierto por el Congreso estadounidense desencadenó una crisis política que dejó atrás los demás temas de campaña. Trump, que tiene el nivel de popularidad más bajo desde que empezó su mandato, busca consolidar a su base, mientras penden de un hilo los nuevos votos republicanos que posibilitaron su victoria en la última elección.

Los demócratas se alinean en una defensa corporativa de uno de los candidatos del establishment. Joe Biden pierde peso y crece la candidata de lo posible, Elizabeth Warren. Detrás del show, una crisis del régimen político y sus partidos, mientras surgen luchas desde abajo entre la clase trabajadora y la juventud.
El Congreso estadounidense declaró finalmente el inicio de la investigación que puede terminar en el juicio político a Trump y, eventualmente, en su destitución, aunque hoy ese escenario parece improbable. La investigación se inició, pero aún tiene que avanzar la acusación en la Cámara de Representantes, y en caso de aprobarse, se necesitan dos tercios del Senado para destituir al presidente, donde el Partido Republicano tiene la mayoría.
La llamada que desató el escándalo ocurrió el pasado 25 de julio. En la misma, el mandatario estadounidense instó al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, a investigar a Hunter Biden, el hijo de Joe Biden (ex vicepresidente de Obama y actual precandidato a la presidencia), vinculado a la compañía de gas Burisma Capital en Ucrania.
En palabras de Trump, la investigación sería un “favor” a Estados Unidos para “combatir la corrupción” en el país. Inmediatamente después, la Casa Blanca ordenó clasificar la información de la llamada como confidencial, lo que sólo está permitido, en teoría, para aquellos datos que revisten importancia para la seguridad nacional.
Aunque el detonante de la crisis política fue la revelación de un agente de inteligencia sobre esta llamada y su encubrimiento por el gobierno, las presiones de Washington sobre Ucrania vienen desde tiempo atrás. Desde hace meses, el abogado de Donald Trump, Rudy Giuliani, se reúne con miembros del gobierno ucraniano. El objetivo de Ucrania era conseguir la visita de Trump y desbloquear la ayuda financiera militar estadounidense, cuyo desembolso estaba congelado; el de Giuliani, conseguir una declaración pública que comprometiera a los Biden en pleno proceso electoral.
Ucrania, el país más pobre de Europa, se encuentra en una asfixiante dependencia económica respecto del FMI, Estados Unidos y la Unión Europea, especialmente desde la crisis de Crimea en 2014. Esto convierte al gobierno del ex comediante Volodimir Zelenski en un completo títere del imperialismo, pese a que ganó las elecciones por su retórica contra el establishment político y la corrupción.
Hunter Biden fue miembro de la junta directiva de Burisma hasta abril de este año, y asumió como miembro en 2014, tras la salida del entonces presidente Víktor Yanukóvich, alineado con Rusia. Joe Biden, que intervino desde el gobierno estadounidense en el conflicto ucraniano, presionó en ese entonces a la salida del fiscal general. Varias veces Burisma estuvo en la mira por acusaciones de fraude y corrupción, pero las investigaciones nunca se concluyeron. Ahora, la Fiscalía General de Ucrania anunció que investigará a la compañía de gas, aunque lo presentó como parte de un plan general de investigación sobre empresas que han recibido acusaciones de corrupción y afirmaron no tener pruebas de negocios ilícitos cometidos por Biden hijo.
Después de resistir largamente los pedidos de impeachment solicitados por el ala progresista del Partido Demócrata, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, anunció el esperado proceso. Pelosi se opuso durante mucho tiempo a pedir el juicio político al presidente, por considerar que dividiría al Congreso y al mismo Partido Demócrata, con pocas chances de prosperar y en un escenario electoral. Este recurso se utilizó solamente tres veces en toda la historia de Estados Unidos, y nunca resultó en una destitución. Ya se había intentado, bajo el gobierno de Trump, indagar si Rusia intervino en las elecciones de 2016, sin éxito. Sin embargo, el caso de Ucrania es más concreto y sencillo de investigar. La noticia de un nuevo informante que se presentará ante la comisión investigadora del Congreso muestra que el “Estado profundo” de los servicios de inteligencia continuará actuando durante la campaña electoral.
La decisión de impulsarlo ahora representa tanto el cálculo electoral hacia 2020 como el cierre de filas demócrata ante el cuestionamiento a su partido, la campaña favorita de Trump. Los demócratas tuvieron que impulsar el juicio político para recuperar un poco la iniciativa perdida y contrarrestar los ataques. Sin embargo, detrás de la resistencia de Pelosi y el Partido Demócrata a iniciar el juicio político se encontraba también la defensa del sistema presidencial y las instituciones estadounidenses, cada vez más cuestionadas. Continúa profundizándose el desgaste y el rechazo a una democracia capitalista que la mayoría siente como representante de la elite política y financiera y ajena a sus propios intereses. Sobre esta base es que Donald Trump se impuso en la última elección presidencial, posicionándose como un “outsider” y conquistando el apoyo de sectores decepcionados con los demócratas y con crecientes problemas económicos.
Hoy el gobierno se enfrenta a sus índices más bajos de popularidad desde 2017. El desencanto ha alcanzado a la burguesía agrícola, afectada por la guerra comercial con China, que hizo bajar críticamente la exportación de soja y otros cultivos, así como por las exenciones de impuestos al petróleo que causaron una crisis para los productores de etanol. Aunque aún retiene un importante apoyo, crece la desaprobación y la incertidumbre en este sector clave de su base electoral. También ha crecido el descontento entre los trabajadores manufactureros, que se volcaron contra Clinton en la última elección: Trump prometió mantener los empleos amenazados por la crisis económica, así como cambiar la política comercial, promesas claves para torcer el voto de este sector tradicionalmente demócrata. Las promesas fallidas y la preocupación por el empleo, el costo de la salud, la vivienda y el salario pueden alejarlos nuevamente de los republicanos. No obstante, Trump mantiene una importante base política y ha logrado hegemonizar al Partido Republicano, un mejor panorama contra la dividida oposición demócrata.
Por esta razón es también que varios analistas consideran que el impeachment puede resultar un arma de doble filo para el partido demócrata: al ocupar el centro del escenario electoral, la agenda de campaña que podría fortalecerlos, ligada a la salud, el empleo o el salario, se puede ver desplazada. Fue esta agenda, más popular y centrada en la defensa del Obamacare, la que ayudó a los demócratas a ganar las elecciones legislativas en 2018.
Con la carrera por la elección interna, se abren grandes interrogantes. Más allá de haber logrado unificar sus distintas alas en defensa de Joe Biden, el escándalo ucraniano salpica al ex presidente, que hasta ahora era el favorito en la interna demócrata y ahora cae al segundo lugar frente a Elizabeth Warren. El capital político del gobierno de Obama que representa Biden parece no ser suficientemente fuerte frente al descrédito en el establishment político, que aparece como corrupto y lejano a las masas. A sabiendas de esto, Trump redobló la apuesta y volvió a decir que Ucrania y China deberían investigar a Hunter Biden; con esto, busca azuzar a su propia base y mostrar una supuesta conspiración corrupta de los demócratas y los grandes medios de comunicación en contra de su gobierno. Una muestra de ello fue el exabrupto contra un periodista de Reuters durante una conferencia de prensa con el presidente de Finlandia. El juego favorito del presidente es utilizar cualquier circunstancia posible como una oportunidad para despotricar contra un supuesto golpismo en su contra y así movilizar a su base más radicalizada. Así consiguió más de 8 millones de dólares en donaciones en la semana en la que se anunció el impeachment, incluyendo 50.000 donadores nuevos, que no habían aportado a su campaña en la elección anterior. Pero ¿es el show mediático suficiente para atraer nuevamente el apoyo perdido de los sectores que hicieron la diferencia para llevar a Trump a la Casa Blanca?
Otro factor clave para el futuro de la elección es el voto de la población hispana, en la cual Donald Trump suma altísimos índices de rechazo por sus políticas migratorias, el racismo y el costo de vida, principalmente el de la salud. Los candidatos demócratas, en cambio, cosecharían el grueso del apoyo de los latinos, que se inclinan principalmente por Biden y Sanders. Esta situación complica a Trump en estados clave como Texas, donde al día de hoy perdería la elección y por primera vez en más de 40 años no resultaría ganador el Partido Republicano.
Los demócratas se están esforzando por atraer nuevamente el voto de la clase trabajadora, cuyo rechazo en la campaña de 2016 les costó la presidencia. Aunque Biden es el candidato demócrata con mayor base electoral entre los trabajadores blancos con empleo calificado, también es el que se puede ver más afectado por la crisis de Ucrania y el impeachment. Desde hace meses, Biden retrocede poco a poco en las encuestas y los últimos sondeos colocan por primera vez a Elizabeth Warren como la favorita de la primaria demócrata. La senadora tiene su mayor apoyo en sectores de clase media blanca con estudios universitarios, y atrae el voto de las mujeres que votaron por Hillary Clinton, mientras que el voto de Bernie Sanders tiene mayor composición de hispanos, trabajadores sindicalizados y jóvenes. Sin embargo, con Biden en la mira por el caso ucraniano, Warren resulta más beneficiada en la interna demócrata. Puede ganar terreno sobre los votantes de Bernie Sanders, entre quienes tiene una buena imagen, y se puede mostrar como una candidata con más chances de ganar frente a Donald Trump. En este sentido, Warren ha adoptado varias propuestas de Sanders, como las relacionadas con el sistema de salud o la de un Green New Deal, aunque los votantes de Sanders se muestran escépticos de que Warren, con un discurso mucho menos radical, tome medidas serias en relación con el salario mínimo, la gratuidad de la matrícula universitaria o la lucha contra el cambio climático. Si efectivamente Warren se mantiene como la favorita y gana la primaria demócrata, tendría que capitalizar el descontento y captar un voto de mal menor contra Trump para llegar a la Casa Blanca. Los operadores de Wall Street y empresarios como Mark Zuckerberg se han mostrado preocupados ante las promesas redistribucionistas de Warren, quien asegura que sólo va a redistribuir los ingresos del 1% más rico y que la estabilidad capitalista no corre peligro.
En este sentido se puede leer el apoyo de los candidatos demócratas a la histórica huelga de los trabajadores de General Motors. Tanto Joe Biden como Bernie Sanders y Elizabeth Warren manifestaron su apoyo al reclamo de los trabajadores afiliados a la UAW, mientras que los republicanos evadieron el tema todo lo posible. La huelga automotriz puso en cuestión, también, la política antisindical de Trump, al traer nuevamente a escena el poder de la clase trabajadora organizada. Esto representa un problema para el presidente, ya que los trabajadores automotrices fueron parte de los que inclinaron la balanza a su favor en 2016, en repudio a los Clinton. En un esfuerzo por hacer más atractivo el decrépito Partido Demócrata, el ala progresista se ha dirigido a los trabajadores y a la juventud: Elizabeth Warren, la progresista más digerible para el establishment, habló en su último discurso en Nueva York sobre la huelga de 1911 conocida como la huelga de pan y rosas, en la que murieron más de 100 obreras por el incendio en una fábrica textil. Con el recuerdo de esta huelga, Warren pretendió desarrollar una retórica de un movimiento desde las bases que empodere al pueblo y la lleve a la presidencia. Por su parte, Bernie Sanders ha insistido varias veces en el poder de los sindicatos y su importancia histórica para las conquistas de la clase trabajadora en Estados Unidos. Esto no les impide, sin embargo, cerrar filas con Biden y la elite del partido demócrata, ni tratar de voltear a Trump con golpes de palacio antes que con el pueblo empoderado.
Lo contradictorio de esta retórica a favor de los trabajadores en plena carrera electoral, es que alienta la confianza de los trabajadores y la juventud en sus propias fuerzas, y puede llevar, al calor de la lucha, a hacer una experiencia con el reformismo del ala izquierda del Partido Demócrata. Las huelgas de la estratégica clase obrera automotriz, de las enfermeras, los docentes, así como los millares de jóvenes que salieron a las calles en la semana de huelga por el cambio climático, son acontecimientos que pueden estar señalando una nueva etapa para la lucha de clases en Estados Unidos. Aunque la burocracia de los sindicatos no tenga interés en organizar a la clase trabajadora negra, inmigrante y a las mujeres trabajadoras, que sufren la peor cara del imperialismo estadounidense y hoy son blanco de los peores discursos de odio, la alianza de estos sectores sí puede ser el terror de la burguesía. En el contexto de una próxima recesión económica a nivel mundial y de la profunda polarización política, de un renovado interés por el socialismo y la desconfianza en el futuro que el capitalismo pueda ofrecerle a la juventud, se tornarán cruciales las batallas políticas por la independencia de la clase trabajadora y la organización de sus sectores más oprimidos.

Ana Rivera
Martes 8 de octubre | 00:00

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